Wilder. El octavo día


Coaltwon, Illinois, 1902. John Ashley es acusado de asesinar a su amigo Breck y es devuelto a la libertad por unos misteriosos sujetos cuando era conducido a la cárcel. Esta novela cuenta la historia de la familia Ashley antes y después de estos sucesos. Todos ellos son poco convencionales y de notables cualidades y sus vidas resultan atractivas e interesantes para el lector.

Dos temas: uno, la existencia de seres especialmente dotados para ayudar a los demás, una especie de nuevos mesías (no en sentido religioso); el otro, la vida como tapiz con miles de hilos anudados y entrelazados, la dificultad de captar el sentido global. Ambos recorren toda la obra, quizás como excusa para Wilder para ir de aquí para allá en el tiempo y el espacio, cerrando muy a su aire todas las subtramas.

Creo que lo mejor de esta novela no es ni el argumento (que tiene buenos momentos) ni los temas (algo inasibles), sino los personajes. La personalidad de los Ashley y la de un buen puñado de secundarios (casi todos con un toque nihilista). Gente valiosa, que se abre paso, que hacen lo que realmente quieren, que defienden lo suyo, que procuran hacer bien aquello en lo que se empeñan.

El libro, como conjunto, resulta en algunos momentos desconcertante. Pero resulta imposible resistirse a los Ashley. Ayuda mucho la frase breve, ágil, incisiva y muchas veces aforística de Wilder.

No es fácil encontrar este libro. Está descatalogado en castellano y tendrán que buscarlo en alguna biblioteca. Eso hice yo, animado por un amigo que me aseguró que se trata de “la mejor novela que he leído en mi vida”. Eso, y haber escrito Los idus de marzo, ¿qué más necesitaba? Mi conclusión es mucho menos optimista que la de mi amigo pero me ha gustado leerlo.

Autor: Javier Cercas Rueda

En 1965 nací en Sevilla, donde he vivido casi treinta años con un pequeño paréntesis de cuatro en Jerez. En 1994 me trasladé a Granada, donde sigo desde entonces. Estudié Economía general, he vivido once años de mi vida en Colegios Mayores, y desde 1995 hago crítica de libros y he mantenido diferentes relaciones con el mundo de la comunicación. Entre las cosas que me hacen más feliz están mi familia, mis amigos, los libros que he leído y haber subido en bici el Galibier. AVISO IMPORTANTE Conviene volver a recordar que el autor de estas entradas, Francisco Javier Cercas Rueda (Sevilla, 1965), que firma sus escritos como Javier Cercas Rueda (en la foto a la derecha) y José Javier Cercas Mena (Ibahernando, Cáceres, 1962), que firma los suyos (como Soldados de Salamina) como Javier Cercas, somos dos personas distintas.

4 opiniones en “Wilder. El octavo día”

  1. Me parece que la idea del tapiz, con que se abre el último capítulo de «El octavo día», tiene gran relevancia en Wilder. También en «Los idus de marzo» y en «El puente de San Luis Rey», Wilder quiere mostrar, creo, que la vida no se entiende si se recorren por separado y sucesivamente los distintos hilos que en realidad avanzan simultáneos. Pero es verdad que en las tres novelas, los recursos con los que dosifica las historias, hasta mostrar al final el tapiz entero, tienen un cierto exceso de artificio, y a veces parece que Wilder imita a Wilkie Collins en «La piedra lunar».

    La linealidad –la falta de simultaneidad– es una limitación de la narrativa, y Wilder creía que las artes escénicas son las únicas que pueden superarla hasta donde es posible, porque no tienen solo lenguaje. Por eso, a mi juicio, el Wilder más interesante y mejor no es el novelista sino el dramaturgo. Con razón, en teatro Wilder ganó dos de sus tres premios Pulitzer: con «Nuestro pueblo» («Our Town») y «Por un pelo» («The Skin of Our Teeth»). Y en las dos obras se aprecia la pretensión de tejer el tapiz, en concreto con la interacción de distintos personajes, el cruce de distintos hilos en largos periodos de tiempo, contra el inveterado uso teatral de concentrar la acción en un lapso corto. Pues Wilder no quiere presentar un episodio, sino la vida misma. Esto resulta claro también en otra de sus mejores piezas teatrales, «Larga cena de Navidad», donde comparecen tres generaciones en un solo acto. El mismo intento acomete Wilder, del modo quizá más extremo en la original –y rara– «Por un pelo», donde cambian las épocas históricas pero no los personajes.

    Wilder explica su idea del teatro en un interesante ensayo incluido en las «Obras escogidas» publicadas por Aguilar en 1964, con traducción de María Martinez Sierra (ISBN 13: 978-84-03-04037-3; se encuentra en bibliotecas). Ahí se ve que la concepción escénica de Wilder es mucho más adelantada que la de contemporáneos como Tennessee Williams o Eugene O’Neill (aunque con recursos que se empleaban en el teatro antiguo), y en él está al servicio de su pretensión casi constante: hacer ver el tapiz de la vida.

    Por último, en la narrativa de Wilder me gusta mucho su primera novela, «La cábala». En su sencillez, se impone por la fuerza de sus personajes. Las otras novelas de Wilder me parecen poca cosa: «La mujer de Andros» no me convence, no consigo creérmela; «Heaven’s My Destination» es un proyecto fallido, y «Teophilus North» es divertida, pero a la mitad se ve que está estirada, pues la idea no daba para tanto.

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