Gavalda

Anna Gavalda
Quisiera que alguien me esperara en algún lugar

Debut literario de esta parisina de 38 años. Este conjunto de relatos vendío más de un millón de ejemplares en Francia y se ha traducido a treinta y cinco idiomas. Después vinieron dos novelas, también de éxito. La amaba (en España, Seix Barral, 2003) y Juntos, nada más (Seix Barral, 2004). Acaba de publicar su tercera novela.

Me ha gustado el lenguaje, fresco y vivo. Tan pegado al terreno (frases hechas, argot, marcas, canciones, etc) que no creo que se entienda dentro de treinta años. Incluso ya ahora, fuera de Francia, algunas cosas chirrían en castellano, salvo que se conozca muy bien en francés y se intuya de dónde ha podido venir determinada traducción (buena, casi siempre). Mucho diálogo, todo muy cinematográfico, lo que quizás denota escasa ambición literaria, una fe sólo moderada en las palabras.

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Pigmalión

Cuento de Augusto Monterroso

En la antigua Grecia existió hace mucho tiempo un poeta llamado Pigmalión que se dedicaba a construir estatuas tan perfectas que sólo les faltaba hablar.

Una vez terminadas, él les enseñaba muchas de las cosas que sabía: literatura en general, poesía en particular, un poco de política, otro poco de música y, en fin, algo de hacer bromas y chistes y salir adelante en cualquier conversación.

Cuando el poeta juzgaba que ya estaban preparadas, las contemplaba satisfecho durante unos minutos y como quien no quiere la cosa, sin ordenárselo ni nada, las hacía hablar.

Desde ese instante las estatuas se vestían y se iban a la calle y en la calle o en la casa hablaban sin parar de cuanto hay.

El poeta se complacía en su obra y las dejaba hacer, y cuando venían visitas se callaba discretamente (lo cual le servía de alivio) mientras su estatua entretenía a todos, a veces a costa del poeta mismo, con las anécdotas más graciosas.

Lo bueno era que llegaba un momento en que las estatuas, como suele suceder, se creían mejores que su creador, y comenzaban a maldecir de él.

Discurrían que si ya sabían hablar, ahora sólo les faltaba volar, y empezaban a hacer ensayos con toda clase de alas, inclusive las de cera, desprestigiadas hacía poco en una aventura infortunada.

En ocasiones realizaban un verdadero esfuerzo, se ponían rojas, y lograban elevarse dos o tres centímetros, altura que, por supuesto, las mareaba, pues no estaban hechas para ella.

Algunas, arrepentidas, desistían de esto y volvían a conformarse con poder hablar y marear a los demás.

Otras, tercas, persistían en su afán, y los griegos que pasaban por allí las imaginaban locas al verlas dar continuamente aquellos saltitos que ellas consideraban vuelo.

Otras más concluían que el poeta era el causante de todos sus males, saltaran o simplemente hablaran, y trataban de sacarle los ojos.

A veces el poeta se cansaba, les daba una patada en el culo, y ellas caían en forma de pequeños trozos de mármol.

Relatos de Murakami

Después de cinco novelas publicadas, Murakami ha pasado de escritor de culto a autor de ventas y de prestigio internacional. Algunos escritores le idolatran, los reseñistas no se ahorran halagos y su nombre aparece los últimos años cuando se habla del Nóbel. Ahora se publican estos veinticuatro relatos, escritos a lo largo de veinte años, entre 1986 y 2006. Murakami es imprevisible, busca siempre sorprender. Como ha reconocido, deja volar sus ficciones al ritmo del jazz, con continuas improvisaciones y vericuetos. El resultado puede ser una amalgama de historias estrambóticas y algo desconcertantes (Kafka en la orilla) o novelas más sólidas y terminadas (como Tokio blues). En el prólogo plantea que sus novelas, frondosas e incontenibles, son como plantar un bosque y hacer relatos como plantar un jardín, algo planificado y controlado.

Es el primer párrafo de una reseña que acabo de preparar para Aceprensa. Sólo había leído antes Kafka en la orilla y no me gustó nada: surrealista, obscena y confusa, a pesar del estilo fácil y agradable de la escritura. Estos relatos me han gustado más, sin entusiasmarme. El problema de Murakami empieza cuando pretende dar ideas, endebles y con una filosofía de almanaque: “el hombre únicamente se teme a sí mismo”, “todo, de lejos, parece muy bonito”, “una persona, desee lo que desee, nunca puede dejar de ser ella misma”, y cosas así. Para mi sigue siendo incomprensible el fervor que despierta este escritor, claramente sobrevalorado.