Emma, de Jane Austen

La lectura de Emma, de Jane Austen, me produce impresiones encontradas.

Lo primero, más fuerte y más sincero es que se me ha hecho pesado. Si eso ya falla en un libro, todo lo que busques después queda desacreditado.

Pesado por el tema. Gente rica y ociosa cuyas principales preocupaciones y temas de conversación son si el cutis de ella es más o menos blanco, si la posibilidad de resfriarse en un paseo es mucha, poca o alguna, si hacemos o no ese baile y, en caso positivo, si en un salón o en dos. Esto es inaguantable durante quinientas páginas.

Pesado por el estilo. Casi todos hablan de un modo pomposo, engolado, artificioso y cursi, a veces construyendo frases que hay que leer dos veces para entenderlas.

Dicho esto, está el hecho de que lo he terminado, y esto es porque me caían bien Emma y sobre todo, el señor Knightley, y quería saber como quedarían finalmente emparejados. Emma es una metomentodo simpática y bienintencionada y él otro es casi la única persona «normal» de la novela.

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Fante

El protagonista, que se llama como el escritor y comparte algunos rasgos de su biografía pero que no es él, es un guionista de éxito que trabaja para la Paramount, tiene treinta años y espera su primer hijo. En cierto momento pide ayuda a su padre para unas reparaciones en el hogar. Su casa, símbolo de su nuevo estatus de bonanza económica, se viene abajo por las termitas. Su mujer se prepara para convertirse al catolicismo.

Fante no necesita más. Con tan poco material compone una buena historia, pinta extraordinariamente varios caracteres, hace reir, emociona y convence. Con un lenguaje vivo, directo y ágil, lleno de naturalidad, asistimos en cuatro trazos a todo un tratado de diferencias hombre-mujer, choque generacional padres-hijos, religiosidad comprometida, mágica y monolítica relación madre-hijo, conflictos familia y trabajo, alternancias tedio-amor en la vida conyugal y el fascinante misterio de la vida. El tono juguetón y caricaturesco de la prosa de Fante no resta profundidad a estos temas y el sólo hecho de interesarse por ellos aleja la novela de la literatura superficial y comercialona.

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A la caza del amor (1945)

Nancy Mitford (1904-1973) (en la foto, a la derecha, con sus célebres hermanas).

Lo principal del libro es el tono. O te gusta o no. O te caen bien los personajes o no hay nada que hacer. Mitford cuenta con humor, con inteligencia, es moderadamente mordaz cuando es necesario y mira la vida con el distanciamiento y superioridad propios de las clases altas.

Fanny cuenta la historia de los Radlett, de sus tíos y sus seis primos. Se fija sobre todo en los amores, tres, de Linda, la más guapa y romántica de sus primas.

Los Radlett pertenecen a la haute société de la campiña inglesa. Si voda es superficial, absorvente, satisfactoria. nada de colegios, basta aprender en casa a montar a caballo y cazar, francés y algo de música. Son extravagantes, divertidos, refinados y exquisitos. No soportan el aburrimiento, ni a los extranjeros (son instintiva e irracionalmente ingleses). Y jamás hablan de dinero.

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