Internet aporta en cualquier momento y desde cualquier sitio un acceso inmediato a infinitos textos. Hasta ahí sus ventajas. Sus inconvenientes: una mezcolanza que afecta a la fiabilidad y que no facilita la profundidad y sí la dispersión.
Frente a esto, el texto clásico en papel (o, yo añadiría, en formato electrónico pero fuera de la red, es decir, en un eReader) facilita la lectura reflexiva cuyas características resume bien Barnés: “leer es ir al encuentro de otro (intendere), saber interpretar (intellegere), quitar lo superfluo (putare), reagrupar lo disperso (cogitare), sopesar (pensare)”.
Esta es la tesis del breve y suculento ensayito que les presento, que es ante todo un elogio de la palabra (pensada, escrita, leída) y un aviso ante el “espejismo de saber” que supone la mera acumulación de informaciones veloces y múltiples y actuales.