Borges, Biblioteca personal

Releo este estupendo libro de Borges, al margen de su producción canónica.

En 1984 la editorial Hyspamerica (libros de kiosko) propuso a Borges seleccionar y prologar una colección cerrada de cien obras de lectura imprescindible. Desde mayo de 1985, empiezan a publicarse a razón de uno por semana. En 1986 muere Borges quien sólo llegó a escribir 66 de los prólogos. Son los que recoge este libro.

Borges es un excelente lector y se nota en sus comentarios. Breves, incisivos, originales y sorprendentes. En su estilo terso y perfecto. Sobre los autores elegidos: no se incluyen los obvios (Dante, Shakespeare, Cervantes), hay pocos españoles e hispanoamericanos, de algunos un buen lector puede no haber oído hablar nunca y, de los conocidos, casi nunca se elige su obra más famosa.

Algunas ideas en las que se insiste de diferentes formas:
– Toda ficción es una impostura; lo que importa es sentir que ha sido soñada sinceramente.
– La imprescindible virtud de la literatura es el encanto.
– A un escritor le está permitido urdir fábulas, pero le está vedado saber cuál es la moraleja.
– Juzgamos a los libros por la emoción que suscitan, por su belleza, no por razones de orden doctrinal o político.

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Primera poesía de Borges

De vez en cuando toca un Borges. En sus años vanguardistas, hasta más o menos 1930, la poesía fue el centro de su escritura. Verso libre, neobarroquismo, nacionalismo literario. Textos primerizos algunos de los cuales rechazaría más adelante el autor.

A estos años pertenecen sus tres primeros poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Unos sesenta poemas que fueros retocados por el autor para la edición de sus Obras Completas de 1969. Poesía local, menos brillante e intelectual que su prosa. Versos enfáticos, llenos de metáforas que serían mucho más vigiladas en libros posteriores. Para muy interesados.

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Con Borges. Recuerdos de Alberto Manguel

Borges sufrió ceguera buena parte de su vida y muchos acudían a su casa a leerle. Manguel fue uno de ellos y en en este breve libro recoge sus recuerdos sobre el maestro argentino, a quien llegó a tratar con cierta intimidad pese a la diferencia de edad. El libro está escrito con admiración y cariño. Se recogen sabrosas anécdotas y se da una visión somera pero global de cómo era Borges y cúal es la importancia (grande) de su legado.

Conocemos su falta de paciencia con la estupidez, su pasión por charlar, que lo último que hacía cada día era recitar en voz alta el Padrenuestro en inglés, o detalles de su relación con Silvina Ocampo y Bioy Casares. Queda patente que vivió en y para la literatura.

Hay escritores que tratan de reflejar el mundo en un libro. Hay otros, más raros, para quienes el mundo es un libro, un libro que ellos intentan descifrar para sí mismos y para los demás. Borges fue uno de estos últimos. Creyó, a pesar de todo, que nuestro deber moral es el de ser felices, y creyó que la felicidad podía hallarse en los libros. «No sé muy bien por qué pienso que un libro nos trae la posibilidad de la dicha —decía—. Pero me siento sinceramente agradecido por ese modesto milagro.» Confiaba en la palabra escrita, en toda su fragilidad, y con su ejemplo nos permitió a nosotros, sus lectores, acceder a esa biblioteca infinita que otros llaman el Universo.

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