Inteligencia del escritor


La buena narrativa origina en la mente del lector un sueño vívido y continuo. Es «generosa» en el sentido de que es completa y autónoma: responde, explícita o implícitamente, cualquier pregunta razonable que el lector se pueda plantear. No nos deja en el aire, a menos que la propia narración justifique su inconclusión. No hay en ella juegos absurdamente sutiles, como si su autor hubiera confundido el narrar con hacer rompecabezas. No «pone a prueba» al lector exigiéndole que posea algún tipo especial de conocimiento sin el cual los acontecimientos carecen de sentido. En resumen, busca satisfacer y agradar, pero sin rebajarse para conseguirlo. Tiene categoría intelectual y emotiva. Es elegante, y efectiva con concisión; es decir, no hay en ella más episodios, personajes, detalles físicos o recursos técnicos de los necesarios. Tiene intención, finali-dad. Proporciona ese placer especial que sentimos cuando contemplamos con admiración algo bien hecho. (…) Y por último, en toda historia estéticamente lograda tiene que intervenir, como en la vida, lo extraño, por ordinarios que sean sus ingredientes.

John Gardner, Para ser novelista

Perspicacia del escritor

El buen escritor ve las cosas con agudeza, con realismo, con precisión y con criterio selectivo (es decir, sabe escoger lo importante), y no necesariamente porque tenga por naturaleza mayor poder de observación que los demás (aunque con la práctica lo adquiere), sino porque tiene interés en ver las cosas con claridad y escribirlas con rigor.Ser poco convincente. Éste es quizá el peor pecado de la mala novela: que el lector tenga la sensación de que se manipula a los personajes, de que se les obliga a hacer cosas que en realidad no harían.

John Gardner, Para ser novelista

Sensibilidad verbal del escritor

Está claro que uno de los rasgos del escritor nato es su aptitud para encontrar o (a veces) inventar maneras interesantes de decir las cosas. Uno de los signos del potencial del escritor es la agudeza de oído –y de vista– que demuestra para el lenguaje. Cuando llevamos leídas cinco palabras de la primera página de una buena novela, nos olvidamos de que estamos leyendo palabras impresas en una página y comenzamos a ver imágenes.

Generalmente, el escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, escenario, ambiente) no consigue crear ese sueño vívido y continuo: se estorba demasiado a sí mismo; embriagado de poesía, no distingue el grano de la paja.

John Gardner, Para ser novelista