El placer de la lectura

De niña me sentaba en un escabel a los pies de mi padre, que leía. Veía tan satisfacción en su rostro que yo cogía cualquier libro aún sin saber leer, para ser feliz como él.
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El editor no es más que un lector que quiere que se dé a conocer aquello con lo que ha disfrutado.
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Recuerdo la envidia que tenía de los chicos que esperaban en la librería que saliese Harry Potter. Iba a verlos para ver sus caras de pura emoción.

Beatriz de Moura (editora de Tusquets)

[Fuente: Revista Qué Leer, abril 09]

Relecturas

Creo que la primera lectura es la verdadera, y que en las siguientes nos engañamos a nosotros mismos con la creencia de que se repite la sensación, la impresión.

Borges. Arte poética, seis conferencias (1968)

Me ha pasado muchas veces. Con poquísimos libros he disfrutado lo que la primera vez. Aunque muchos lectores maduros dicen que casi sólo releen ya, o que es con lo que más disfrutan. No sé.

El fracaso en la novela moderna

Como Mencken señaló, la esencia de la mayoría de las novelas radica en el fracaso de un hombre, en la degeneración del personaje. Esto nos lleva a otra cuestión: ¿qué pensamos de la felicidad? ¿Qué pensamos de la derrota, de la victoria? Hoy, cuando la gente habla de un final feliz, lo considera una mera condescendencia hacia el público o un recurso comercial; lo consideran artificioso. Pero durante siglos los hombres fueron capaces de creer sinceramente en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota. Por ejemplo, cuando la gente escribía sobre el Vellocino de Oro (una de las historias más antiguas de la humanidad), oyentes y lectores sabían desde el principio que el tesoro sería hallado al final.Bien, hoy, si se emprende una aventura, sabemos que acabará en fracaso. Cuando leemos -y pienso en un ejemplo que admiro- Los papeles de Aspern, sabemos que los papeles nunca serán hallados. Cuando leemos El castillo de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo. Es decir, no podernos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizá ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público habría notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños.

Borges. Arte poética, seis conferencias (1968)