Homo legens

Descubro una nueva editorial, Homo legens. Libros de lujo, exquisitamente editados. De momento han sacado una docena de títulos, que es la cifra que se proponen publicar cada año. El amo del mundo, de Benson; La ciudad de Dios, de San Agustín; 666, de Hugo Wash; Hilarie Belloc,…Escritores cristianos.

Estoy totalmente a favor de que los cristianos (o los políticos, o los presentadores de TV, o quien quiera) escriban novelas… siempre y cuando sean novelistas además de cristianos.

A mi el Cardenal Newman, además de un santo, me parece un excelente ensayista, como Chesterton. Ninguno de los dos, sin embargo, es buen novelista. No sé si pasará igual con la novela de Benson.

Marcial y la vida feliz


Epigrama de Marcial
X, 47
A JULIO MARCIAL, SOBRE LAS COSAS NECESARIAS PARA UNA VIDA FELIZ

Las cosas que hacen la vida más feliz,mi muy entrañable Marcial, son éstas:
una hacienda conseguida no a fuerza de trabajar, sino por herencia;
un campo no desagradecido, un fuego perenne;
nunca un pleito, pocas veces las formalidades, una mente tranquila;
unas fuerzas innatas, un cuerpo sano;
una sencillez discreta, unos amigos del mismo carácter;
unos ágapes frugales, una mesa sin afectación;
una noche sin embriagez, pero libre de preocupaciones;
un lecho no mustio y, sin embargo, recatado;
un sueño que haga fauces las tinieblas;
querer ser lo que se es y no preferir nada;
ni temer ni anhelar el último día.

Novela negra

Tomo del Laberinto (suplemento cultural mejicano) esta matización que diferencia novela negra de novela policial:
(la pista es del Moleskine literario).

La novelística negra hace a un lado el hecho intelectual y pone en el centro lo puramente fáctico. El relato, ahora, no está quieto: se dinamiza; o, lo que es lo mismo, ya no será contado al lector, sino que será mostrado al lector. Marlowe o Archer —los detectives de Chandler y MacDonald, respectivamente— no son externos a los hechos, integran, en realidad, el cauce de la historia, provocando accidentes, recibiendo tundas, fascinándose ante mujeres aristocráticas y hermosas. Allí está la corrupción estatal y las consecuencias de la Ley Seca, y la música del jazz, y los gánsters, y los tugurios clandestinos de venta de whisky. Hasta acá, la reseña tradicional.

La obra de Cain, que maneja estos elementos y estos ambientes, se articula a partir de una eficaz inversión de términos: narradas en primera persona, las historias se ubican en la perspectiva de los asesinos. Con una prosa hosca, directa —en la que sin embargo suceden, también, chispazos de claro sentimentalismo—, en vez de un enigma, sus novelas desenvuelven con amargura el crimen que será cometido. El triunfo de “el bien” corresponde consecuentemente al momento en que atrapan a los personajes: no hay investigación policial, ni misterio por resolver, a no ser el desmoronamiento paulatino de los planes trazados: porque una constante que resuena a lo largo de buena parte de la obra de este escritor es la fatalidad o el destino como fuerza que excede, golpea y destruye la vida de los protagonistas.

Un hombre cae por culpa de una mujer, por haberse enamorado de esa mujer, comete un crimen, ella es su cómplice: este argumento fundamenta dos de sus novelas más famosas que fueron, además, llevadas al cine: Doble identidad (traducida al español como Pacto de sangre, 1936), y la siempre mencionada, El cartero siempre llama dos veces (1940). Esa relación tan estrecha que establecieron los escritores de género con los guiones de Hollywood no le fue ajena; además, publicó novelas con formato pulp, Galatea (1953), Mignon (1962) y El instituto (1976), entre otras. Murió alcohólico, en 1977, en Maryland, lugar donde había nacido.