O.Henry -William Sidney Porter (1862-1910)- escribe relatos clásicos, con sorpresa final, amables la mayoría, captando el espíritu de la época (NY de principios de siglo) con buen gusto, humor, mordacidad, soltura, cercanía y encanto. El narrador está muy presente y consciente “fue construido…veamos…”, y se dirige continuamente al lector.
Son historias sencillas de gente sencilla: dos amigos que quedan para reencontrarse en un lugar y una hora concretas veinte años después, dos jóvenes casados apurados por el regalo de reyes para el otro (el mejor), el cochero de un coche de caballos, un tipo que quiere comer gratis unos días y que lo encierren en la cárcel (y que no lo consigue), uno que busca un filtro de amor para que su novia acceda a escaparse (y casarse) con él, unos recién casados (El péndulo, uno de los mejores).
No están mal. Lo que pasa es que ha llovido mucho luego. Leer estas cosas después de Carver, de Cheever o de Foster-Wallace, resultan un poco pueriles aunque con cierto encanto, como algo de otro planeta aunque merezca una sonrisa.