El paso del Rubicón

Me ha gustado este comentario final en la nota de autora. César no era un hombre que dejase nada al azar.

La evidencia favorece a Plutarco más que a Suetonio en la cuestión de qué fue lo que César dijo en realidad cuando cruzó el Rubicón. Polión, que estuvo presente, dice que César repitió textualmente un pareado de Menandro, poeta y dramaturgo de la Comedia Nueva, y que lo citó en griego, no en latín. « ¡Que vuelen altos los dados!», sería lo que dijo, y no «La suerte está echada». Lo cual para mí resulta muy creíble. «La suerte está echada» es una frase pesimista y fatalista. «¡Que vuelen altos los dados!» es como encogerse de hombros, una forma de admitir que puede ocurrir cualquier cosa. César no era fatalista, era una persona que aceptaba el riesgo.

[Fuente: nota final de César, de Colleen McCullough]

Educación de las matronas nobles romanas


(Terencia es la mujer de Cicerón, Julia es la hija de César y Aurelia la madre de César)

Terencia desistió y lo miró con aquellos ojos suyos que nunca se iluminaban de amor. Conocía bien las muchas debilidades de su marido, aunque ella no tuviera ninguna. A pesar de que Terencia no ambicionaba que se la considerase la nueva Cornelia, madre de los Gracos, sí poseía todas las virtudes propias de una matrona romana, cosa que hacía que a un hombre del carácter de Cicerón le resultase extremadamente difícil convivir con ella. Frugal, hacendosa, fría, testaruda, intransigente, sin pelos en la lengua, sin miedo a nadie y consciente de que estaba a la altura de cualquier hombre en cuanto a vigor mental. Ésa era Terencia, que no soportaba con alegría a ningún tonto, ni siquiera a su marido.

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En la educación de Julia se habían prodigado todos los cuidados, desde orientarla en temas como vestirse con gusto, hasta un despiadado entrenamiento en buenos modales. Por no hablar del modo nada sentimental y llano en que Aurelia le había enseñado a aceptar lo que la suerte le deparase, y a aceptarlo con gracia, con orgullo, sin desarrollar ningún sentido de la injuria o el resentimiento. De nada sirve desear un mundo diferente o mejor —era la moraleja perpetua de Aurelia—. Por el motivo que sea, este mundo es el único que tenemos, y debemos vivir en él tan feliz y tan agradablemente como podamos. No podemos luchar contra la Fortuna ni contra el Destino, Julia.

[Fuente: Las mujeres de César, de Colleen McCullough.]

César

César tenía un sentido del honor del que Sila carecía. Oh, no era un sentido del honor particularmente estricto, estaba demasiado rodeado de lo que él pensaba de sí mismo y de lo que quería ser. César se había establecido su propio modelo de conducta que abarcaba todos los aspectos de la vida. No sobornaba a los jurados, no practicaba la extorsión en su provincia, no era un hipócrita. Y todo ello era, ni más ni menos, la evidencia de que lo haría todo del modo más difícil; no recurriría a las técnicas diseñadas para hacer más fácil el progreso político. La confianza que César tenía en sí mismo era indestructible, y nunca dudaba ni por un momento de su capacidad para llegar hasta donde se proponía

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Perteneciente a la auténtica aristocracia patricia —la quintaesencia de un romano—, César poseía un intelecto, una energía, una decisión y una fuerza inmensos. Siempre hallaba la manera exacta y más adecuada de utilizar sólo aquellas cualidades que había en él que le capacitaban para concluir aquella empresa con el máximo efecto. Hacía las cosas al precio que fuese, no le tenía miedo a nada en absoluto.

[Fuente: Las mujeres de César. McCullogh]