Distractores

La tensión de la historia oculta se va construyendo con preguntas dramáticas (distractores) que se resolverán con el final del cuento. Las preguntas dramáticas son hechos a los que el lector no les dará mayor relevancia o les otorgará un sentido diferente al que realmente tienen, pero que cobrarán su real dimensión al final de la historia. Los distractores crean expectativas en el lector, pistas de hacia dónde se encamina la historia, que finalmente no se cumplirán. Ningún distractor debe contener pistas falsas, su misión es distraer, no engañar.

[Fuente: Guillermo Samperio, “Cómo se escribe un cuento», 2008. Selección y orden propios]

Los personajes de Dostoievski

Aquí tienen, magníficamente explicado, el problema de la literatura comercial (o sólo comercial). Es una cita larga pero vale la pena:

Por supuesto, el hecho de que Dostoievski sepa contar historias jugosas no basta para hacerlo genial. Si lo fuera, Judith Krantz y John Grisham serían narradores geniales, y la verdad es que salvo por el criterio puramente comercial ni siquiera son muy buenos. Lo que hace que Krantz y Grisham y otros muchos autores que cuentan buenas historias no sean buenos desde el punto de vista artístico es que no tienen talento para (ni tampoco interés en) la construcción de personajes: sus apasionantes tramas están habitadas por monigotes toscos y poco convincentes. (Para ser justos, también hay autores a quienes se les da bien construir personajes humanos complejos y bien trazados pero luego no parecen capaces de insertar esos personajes en una trama creíble e interesante. Y otros -a menudo entre la vanguardia académica- que no parecen expertos/interesados ni en las tramas ni en los personajes, sino que el movimiento y el atractivo de sus libros se basa por completo en enrarecidas intenciones metaestéticas.)

Lo que pasa con los personajes de Dostoievski es que están vivos. Y con eso no quiero decir simplemente que estén trazados con éxito ni bien desarrollados ni que sean «redondos». Los mejores de ellos siguen viviendo dentro de nosotros, para siempre, después de que los conozcamos. Recuerden al orgulloso y patético Raskolnikov, al ingenuo Devushkin, a la hermosa y condenada Anastasia de El idiota, 14 al adulador Lebiedev y al arácnido Hipólito de la misma novela; al ingenioso detective inconformista Porfirio Petrovich de C y C (sin el cual probablemente hoy no existiría novela policial comercial con policías excéntricamente brillantes); Marmeladov, el repulsivo y patético borracho; o el vanidoso y noble adicto a la ruleta Alexei Ivanovich de El jugador; las prostitutas de corazón de oro Sonia y Liza; la cínicamente inocente Aglaya; o el increíblemente repelente Smerdiakov, esa máquina viviente de resentimiento baboso en el que personalmente veo partes de mí mismo a las que apenas soporto mirar; o los idealizados y demasiado humanos Mishkin y Aliosha, el Cristo humano condenado y el peregrino-niño triunfal, respectivamente. Estas y otras tantas criaturas de FMD están vivas -retienen lo que Frank llama su inmensa vitalidad- no porque sean simples tipos o facetas de seres humanos habilidosamente retratados, sino porque, al actuar en el seno de tramas verosímiles y moralmente atractivas, dramatizan las partes más profundas de todos los humanos, las partes más sumidas en conflictos, más graves: esas partes en las que hay más en juego.

Además, aunque no terminen nunca de ser individuos en tres dimensiones, los personajes de Dostoievski consiguen encarnar verdaderas ideologías y filosofías de la vida: Raskolnikov, el egoísmo racional de la intelectualidad de 1860; Mishkin, el amor cristiano místico; el Hombre del Subsuelo, la influencia del positivismo europeo sobre el carácter ruso; Hipólito, la voluntad individual en lucha contra la inevitabilidad de la muerte; Alexei, la perversión del orgullo eslavófilo al afrontar la decadencia europea, y un largo etcétera…

[David Foster-Wallace en Hablemos de langostas]

Verosimilitud

Las obras literarias que más me han conmovido son aquellas con las que me identifiqué, no necesariamente porque narran hechos que yo he vivido, sino porque me han contactado en sus emociones. Me he sentido capaz de vivir esa historia o conocer a alguien capaz de vivirla, de ahí la importancia de la verosimilitud y la sinceridad en todo cuento.
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La manida frase «La realidad supera la ficción» tiene tras de sí otra verdad: La realidad no necesita de verosimilitud, incluso, cuanto menos verosímil es más atractiva porque, simplemente, es verdad; mientras que la ficción requiere de verosimilitud porque, también simplemente, es ficción. Si alguna vez el lector se ha visto en la necesidad de inventar una mentira, y de eso estoy seguro, sabe el trabajo que requiere hacerla creíble y cómo una mentira debe ser sustentada por otra y otra. Así es también con los cuentos literarios.
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La verosimilitud no descansa en los argumentos, piénsese por ejemplo en la ciencia ficción o en los cuentos del absurdo, sino en que los personajes actúen de forma convincente ante la realidad que les hemos creado.

[Guillermo Samperio]