Frivolidad

Una frivolidad para sacar un poco la cabeza de Roma: voy a la Biblioteca Pública y no miro las listas excel que tengo en el teléfono. Busco sólo libros finos, de editoriales solventes, y que estén en las dos primeras baldas superiores (para no agacharme). Enseguida doy con cuatro cosas:

El silencio de los dos (Corín Tellado). Sí, han leído bien.
Dibujos animados (Romeo, Anagrama). Curiosidad por ver sus ficciones.
Turno de noche (episodio 14 y último de Brigada Central de Juan Madrid). Me entretienen. Es díficil encontrar argumentos para no recomendarlos tras haber leído 14 episodios de 150 págs. Pero aún así no los recomiendo.
El día de la lechuza (Sciascia, Tusquets). Calidad.

A veces me gusta hacer esto, coger libros al tuntún (más o menos).

El personaje principal

Hablemos ahora (y será nuestro último asunto) sobre esa convicción que exigen tanto la prosa como la poesía. En el caso de una novela, por ejemplo (¿y por qué no podríamos hablar de novela cuando hablamos de poesía?), nuestro convencimiento radica en que creamos en el personaje principal. Si nos resulta creíble, todo va bien.

Borges. Arte poética, seis conferencias (1968)

César

César tenía un sentido del honor del que Sila carecía. Oh, no era un sentido del honor particularmente estricto, estaba demasiado rodeado de lo que él pensaba de sí mismo y de lo que quería ser. César se había establecido su propio modelo de conducta que abarcaba todos los aspectos de la vida. No sobornaba a los jurados, no practicaba la extorsión en su provincia, no era un hipócrita. Y todo ello era, ni más ni menos, la evidencia de que lo haría todo del modo más difícil; no recurriría a las técnicas diseñadas para hacer más fácil el progreso político. La confianza que César tenía en sí mismo era indestructible, y nunca dudaba ni por un momento de su capacidad para llegar hasta donde se proponía

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Perteneciente a la auténtica aristocracia patricia —la quintaesencia de un romano—, César poseía un intelecto, una energía, una decisión y una fuerza inmensos. Siempre hallaba la manera exacta y más adecuada de utilizar sólo aquellas cualidades que había en él que le capacitaban para concluir aquella empresa con el máximo efecto. Hacía las cosas al precio que fuese, no le tenía miedo a nada en absoluto.

[Fuente: Las mujeres de César. McCullogh]