Desde el 92, con La reina del sur, Pérez-Reverte se ha vuelto aburrido. Esta crisis se consolida. Se ha zambullido en la novela histórica ladrillo, llena de datos y tecnicismos (Trafalgar, Un día de cólera, El asedio) y se ha olvidado de lo que mejor sabe hacer, contar buenas historias entretenidas. Salvo los dos últimos Alatristes, que están bien, (de El pintor de batallas mejor ni hablamos), sus últimas ficciones históricas son pesadísimas.
Esta última del asedio es el remate: cientos de líneas sobre balística y artillería, comercio, barcos, fauna y flora, taxidermia, tipos de trajes, calles de Cádiz. Un tostón. Pérez-Reverte es un profesional y no da una puntada sin hilo, pero no buscamos eso en sus novelas, al menos yo. La historia de amor no es tan de amor, ni la policiaca tampoco (la explicación pseudo-científica de los vórtices es estrafalaria y soporífera). La de espías un poco mejor. Y todo muy largo, larguísimo. Hay dispersión, falta un verdadero personaje central.