En toda mi obra, y más explícitamente en Presencias reales (1989), he realizado la apuesta por las relaciones, por opacas que sean, entre palabra y mundo, por las intenciones, por dificil que resulte descifrarlas, de los textos y de las obras de arte que exigen un reconocimiento. En este caso, como tantas veces le ocurre a nuestro confuso ser, la simiente vital, la pauta de la vida, es el sentido común. Pero insisto en que todo acto de comprensión se queda corto. Se diría que el poema, el cuadro, la sonata trazan un último círculo alrededor de sí mismos, creando así un espacio de inviolada autonomía. Defino un clásico como aquel alrededor del cual este espacio es perennemente fructífero. Nos interroga. Nos obliga a intentarlo de nuevo. Convierte nuestros encubrimientos, nuestras parcialidades y nuestros desacuerdos, no en un caos «relativista», en un «todo vale», sino en un proceso de ahondamiento.
George Steiner, Errata.
Arte y verdad. Lo bello no es nada separado de lo real, de lo que es, de lo verdadero.