Rosa Montero cuenta ya con una sólida y contrastada trayectoria como escritora. En su haber puede decirse que tiene oficio, imaginación y una gran aversión a aburrir a sus lectores. Todos sus libros cuentan buenas historias, con gancho, están bien hechos y son dignos. En su defecto, además del hecho de carecer de lo que distingue al escritor de talento del de genio, está su fijación con lo marginal, las anomalías sociales y los perdedores, lo que hace de sus novelas, con raras excepciones, unos libros tristes.
Matías es un taxista reservado y taciturno que se queda viudo. Daniel un médico lleno de desidia que sólo disfruta cuando se mete en Second Life. Fatma es una prostituta africana de vida arrastrada. “Cerebro” es una antigua científica que se pasa los días borracha. A este plantel hay que sumar la presencia de un asesino psicópata especializado en personas mayoras.
Montero combina a estos desarraigados noctámbulos y ensaya con ellos unos destellos de solidaridad sobre la base de una supuesta ley de la serialidad de las coincidencias, que dice que nunca se producen solas. En sus relaciones también tiene que ver una curiosa teoría de la entropía y el orden en el mundo.
Puede incluso tratarse de un libro bienintencionado, en la línea de “un poco de solidaridad puede mejorar el mundo”, pero es difícil que estos personajes se nos metan dentro, con sus patéticas escapadas a la vida virtual en internet, sus sesiones de sadomasoquismo, las palizas de chulos de prostíbulos o sus “bondadosas” eutanasias. Con todo, ni es el libro más sórdido de Rosa Montero, ni el de más calidad literaria.