Extraordinario también este segundo volumen de la saga romana de McCullough. El peso lo siguen llevando Mario y Sila, dos personalidades aplastantes y muy por encima de los que les rodean. Como es lógico terminan enfrentándose, sin dejar -o precisamente por eso- de respetarse y temerse mutuamente. Incluso guardándose afecto. Son un modelo de éxitos y cualidades pero querían el poder a cualquier precio.
Empieza a brillar la estrella de César. Mario le ve venir e intenta encadenarlo a responsabilidades religiosas (en el sentido romano del término, naturalmente). El joven Cicerón ya se hace notar.
El escenario bélico es ahora Italia (guerra civil contra pueblos itálicos) y Oriente (Mitrídates).
El peso del libro siguen llevándolo las intrigas políticas y las campañas bélicas. La vida personal y familiar de los protagonistas está presente pero tiene menor fuerza narrativa. Muy interesante la historia de Marco Livio Druso. La autora explica bien cuestiones complejas, algo que sólo puede hacerse cuando se llega a dominar un asunto.
Es impresionante el poder y prestigio (el temor, en realidad) con que se imponía Roma. «Todo lo que sucede en el mundo es asunto de Roma». Me choca el legalismo romano. Puedes hacer lo que quieras, aunque esté mal, mientras sea legal. Muy buenos los discursos, la retórica, la argumentación. El poder de la palabra. Interesante el sentido práctico: puedes enriquecerte a cuenta de tu cargo siempre que también se lleve algo el Tesoro Público. Lamentable la situación de las mujeres nobles, objetos decorativos a las órdenes del paterfamilias.
McCullough agota cada tema: un entierro, una comida, el estreno en un cargo, una representación teatral.
Estoy disfrutando con estos libros, los mejores que he leído sobre Roma hasta ahora. Un aviso: hay que tener mucho interés en el tema.
La autora dice en la nota final que escribió los dos primeros volúmenes de la serie en doce meses. Toda una proeza.
Comentario que hice al primer volumen, El primer hombre de Roma.