«-¿Es que en este mundo las cosas no cambian nunca? -No te lo tomes tan a pecho. Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos se marchan… -Pero apenas se nota. -Eso, sí.»
Este diálogo entre el fiscal y el policía pone punto final a esta estupenda novela. Hasta llegar a esa conclusión que mezcla deportividad y resignada aceptación, los delincuentes han hecho lo que saben hacer, con lealtad, siempre que era posible; el tío Sam ha ido poniendo zancadillas a unos y otros, consciente de que todo no se puede controlar. Coyle no es un chivato pero tiene que dar algo a cambio si no quiere volver a la cárcel, y puede que no baste con un traficante de armas de poca monta. Los atracadores de bancos son una preocupación más en un Boston de los setenta donde la mafia y los Panteras negras acaparan toda la atención de las fuerzas del orden.
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