Wells

Un artículo del 2004:

Y, UN SIGLO MAS TARDE, WELLS VUELVE A SORPRENDERNOS

30 de octubre de 1938, noche de Halloween. Un programa de radio provoca en todo Estados Unidos una oleada de pánico: los marcianos invaden la tierra. El talento del joven locutor Orson Welles, la magia de sus palabras y la verosimilitud de la historia de H. G.Wells vuelven a probar la eficacia de una buena ficción…escrita –en ese momento- hacía cuarenta años.

El autor en su época

La época victoriana inglesa trae entre otras cosas una segunda revolución industrial; un espectacular avance de la ciencia y de la técnica desembocan en el fenómeno del maquinismo: Darwin, Pasteur y Mendeleyev son los nuevos sacerdotes del progreso.

El empeño de la moral victoriana por defender el orden establecido, por evitar toda  referencia a cualquier cosa desagradable de la vida, sufre un duro revés en los comienzos del S. XX: la revolución de 1917, las guerras de 1914 y 1939 (que demuestran que las máquinas se pueden usar para el mal) y la crisis de 1929, dejan de manifiesto que el progreso continuo de bienestar no está garantizado.

En literatura el cambio de siglo abre paso a la modernidad. Lo tradicional, lo clásico, es el lenguaje cotidiano, la verosimilitud posible en los temas, la observación detallista de la realidad, el narrador que todo lo sabe y todo lo ve que maneja a su antojo personajes y situaciones. Lo moderno nos trae un lenguaje muy elaborado, temas complejos y oscuros, alejamiento de asuntos realistas, ausencia de descripciones prolongadas y más autonomía de los personajes frente al autor-narrador. En Inglaterra Meredith, Elit y Ardí continuaban la tradición realista de Dickens, Austen o las Brönte. La generación de Wells se sitúa a caballo entre la novela tradicional y la moderna. Unos se inclinan más por la primera (Kipling, Galsworthy) y otros por la segunda  (James, Conrad). Wells es más bien decimonónico. La fantasía de las primeras novelas lo acercan a Stevenson y a Verne.

De familia humilde, soñador y libresco desde niño, curioso por el estudio y la ciencia, vitalista y apasionado, se casó dos veces y tuvo un hijo con una tercera mujer, sufrió la tuberculosis, ejerció el periodismo, y publicó más de cien obras entre ensayos y novelas.

De 1895 es La máquina del tiempo, a partir de materiales de un trabajo anterior. Primero vio la luz por entregas en una revista y luego en libro. Tenía 29 años. El libro fue un éxito instantáneo. En los tres años siguientes dio a la imprenta sus novelas más conocidas, de las que hablaremos a continuación: La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898).

Sus tendencias socialistas le llevan a inscribirse en los fabianos (sociedad política creada en 1883 por intelectuales británicos) y comparte ideario, entre otros, con Bernard Shaw y Bertrand Russell. El progreso, piensan,  pasa necesariamente por erradicar la pobreza e incrementar la cultura, y la educación es el arma principal para cambiar el mundo. “El hombre para el hombre” sustituye al “el hombre para el Estado” comunista o “el hombre para Dios” cristiano.

A estas primeras “novelas científicas”, por las que es popularmente conocido, siguieron otras en la primera década del S. XX, las denominadas “novelas de la vida”. Algunos dicen que es lo mejor de su producción: Kipps, La historia del Sr. Polly, Mr. Lewisham. Escritas más con el corazón que con el cerebro, hablan de gente humilde que lucha contra el medio social. Seguirán una serie de títulos que componen sus “novelas ideológicas” (El nuevo Maquiavelo, El señor Brithin, Juana y Pedro), en las que el moralismo no es ya sólo un telón de fondo. A estos títulos es a los que quizás más ha afectado el paso del tiempo. Su producción se completa con ensayos político-sociológicos e históricos y artículos periodísticos sobre divulgación científica, polémica política y reflexiones pedagógicas.

Sus novelas científicas

La ciencia ficción es un género rechazado globalmente por la literatura culta pero del que se impone –como en todos- rescatar excepciones. Lo primero es superar los reduccionismos que limitan el género a novelas de ovnis, historias de parapsicología o relatos de viajes espaciales. Ficción científica es aquella donde la ciencia,  verdadera o imaginaria, es clave en la trama y donde la acción se desarrolla en torno a ella. Por matizar, la novela de Verne, este año se cumplen cien de su muerte,  es más científica que de ciencia ficción; la de Wells, en otro sentido, es más realista y ambiciosa al combinar como escritor politización con formación científica.

El género como tal no comienza hasta 1911 con el cuento de Hugo Gernsback (Ralf 194C41+) y, sobre todo, a partir de 1926 con una revista que dirige el mismo escritor. El comienzo y el desarrollo de la ciencia ficción se dan en Estados Unidos y en forma de relato más que novela. Escritores importantes son Asimov (1920), Bradbury (1920), Van Vogt (1912), Heinlein (1912), Kuttner (1914), Simak (1904). O en Inglaterra Huxley, Orwell y Hoyle.

Wells es considerado el padre de la ciencia-ficción. Sus primeras obras combinan amor a la ciencia, reforma social y moralismo. Hay algunos elementos comunes a todas ellas. los personajes son meros instrumentos para comunicar ideas y circunstancias, no hay mujeres ni amor, subyace un cierto pesimismo sobre el futuro de la humanidad, la prosa es más funcional que bella y tienen más intencionalidad crítica que valores de lenguaje y técnica literaria.

La máquina del tiempo

En dos palabras, un científico logra viajar a través del tiempo y se sitúa en el año 802.701. Allí se encuentra con dos razas que representan dos mundos diferentes y, como descubre pronto, en conflicto.

La moraleja es menos evidente que en otras novelas. La versatilidad intelectual es la compensación por el cambio, el peligro y la inquietud; desaparecidos éstos, con la vida y la propiedad absolutamente seguras, la raza se entontece, se basta del hábito y del instinto. Esto ocurre entre los Eloi, habitantes del mundo superior. El esquematismo de los personajes resulta excesivo y la ausencia de matices empobrece la historia:  Morlocks y Elois, mundo subterráneo y mundo superior, mecánica y belleza. Al final parece desprenderse una idea clara: por encima de toda posible apariencia, siempre existen dominantes y dominados.

Quizás sea la de más ardua lectura por lo excesivo de las descripciones y por ser también la de mayor contenido técnico.

El Viajero a través de Tiempo emprendió un segundo viaje y…

La isla del Dr. Moreau

Para mi gusto la mejor de las cuatro. El lector queda irremisiblemente atrapado por un relato con la intriga bien llevada. El clímax de la novela llega quizá demasiado pronto, en el capítulo 14, un poco pasada la mitad, y desde ahí baja la intensidad de una lectura que, hasta ese momento, no se puede interrumpir.

Unas circunstancias hacen que el joven Prendick aparezca en una isla donde Moreau, un científico darwinista y amoral, lleva a cabo en la Casa del Dolor unos espeluznantes experimentos. Es inevitable el recuerdo de El señor de las moscas, sólo que ahora se trata de animales humanizados y allí de humanos animalizados. También el de Frankestein, que desprende idéntica enseñanza: un científico no puede crear el alma humana.

No puede hablarse propiamente de terror, más bien se trata de una novela desasosegante, de fuerte impacto. Es la fama de las novelas de Wells y es en ésta donde mejor logra esa atmósfera. Según el propio Wells esta novela pertenecía al género theological grotesque: uso grotesco de la teología. Por el dolor hacia lo humano, la ciencia intentando (y fracasando en ello) imitar a Dios.

La técnica narrativa, como en todas sus novelas, es simple: el protagonista narra todo lo que ocurre,  claridad frente a profundidad dramática de los personajes.

El hombre invisible

El experimento científico conduce ahora a conseguir la invisibilidad, situación aparentemente llena de posibilidades atractivas. Pero vemos enseguida que Griffin se transforma en un ser detestable, egoísta y colérico, que no duda en robar ni en herir en su búsqueda del Reinado del Terror.

La acción se desarrolla con buen ritmo y la sensación de angustia no decrece. Ni siquiera se  explotan las posibilidades cómicas de la historia (tan evidentes) para no perder dramatismo. El elemento fantástico, como siempre en sus libros, es traído con toda clase de justificantes científicos, muy suficientes, al menos, para no especialistas.

Puede ser en la que mejor se ponga de manifiesto lo equivocado de alojar a Wells en la estantería de “Literatura para niños”. Hay una tensión real, de personas adultas, con consecuencias adultas e implicaciones morales fuera del alcance de un niño. Por encima de la evidente enseñanza (la ciencia sin moral no nos hace mejores) me ha resultado más atractiva la sutil metáfora escondida sobre el hombre moderno que ansía no ser visto, ser ignorado.

La guerra de los mundos

El esfuerzo de Wells por la verosimilitud vuelve a tener éxito: por qué querrían venir, cómo se desenvolverían aquí, cómo hacerles frente… todo encaja a la perfección y la habilidad del escritor vuelve a ganarse el crédito del lector.

La suerte del narrador que sufre y cuenta la situación, y de la algún que otro personaje secundario, se pierden en la magnitud de la tragedia. No hay realmente personajes salvo el colectivo de toda una nación. Resulta bien conseguida la sensación de terror. Como en otras historias, Wells no es el que más lejos ha llevado esta situación, pero sí el primero que la ha imaginado. Incluso ha anticipado cosas que luego serían realidad (humo negro-guerra química, rayo-láser,…). Otra vez una enseñanza lúcida: la confianza tranquila en el porvenir se muestra como la fuente más segura de degeneración.

Una lectura interesante hoy

Prendick, protagonista-narrador de La isla del doctor Moreau concluye su relato: “Me he alejado del caos de las ciudades y las multitudes, y me pasado el día rodeado de libros doctos, ventanas llenas de luz en esta vida iluminada por las almas resplandeciente de los hombres. Veo a pocos extraños y mi servicio doméstico es muy reducido. Dedico los días a la lectura y a los experimentos de química, y paso muchas noches claras en el laboratorio de astronomía. El brillo de las estrellas me produce, aunque no sepa cómo ni por qué , una sensación de paz y seguridad infinitas. Creo que es allí, en las vastas y eternas leyes de la materia, y no en las preocupaciones, los pecados y los problemas cotidianos de los hombres, donde lo que haya en nosotros de superior al animal debe buscar el sosiego y la esperanza. Sin esa ilusión no podría vivir. Y de esta manera, en la esperanza y la soledad, concluye mi historia”.

Los mensajes de Wells son contundentes: el hombre es responsable ante la humanidad de la posible decadencia futura (Máquina); el poder sin control ético es peligroso (Invisible); es necesario combatir los instintos animales del hombre con la educación (Moreau); no cabe una tranquilidad pasiva en el bienestar material (Guerra).

Comprendo que emprender estas lecturas, cuando tenemos tantos otros textos por conocer o releer, posiblemente o a priori de más profundidad o previsible aprovechamiento, puede parecer una frivolidad. Reconozco que yo mismo difícilmente me hubiera animado a hacerlo de no leer el elogio que hacía Alberto Manguel a “La isla del Dr. Moreau” en su reciente “Diario de lecturas”. Moreau me entusiasmó, una sorpresa, las otras algo menos. Me alegra rectificar mi prevención inicial. Es entretenido, eficaz, al alcance de toda preparación –o falta de preparación- literaria y dice cosas aprovechables, de un modo quizá demasiado explícito para un gusto y sentido formados, pero útiles.

Wells (1866-1946) es en definitiva una interesante lectura para estos tiempos (1), no hay alta calidad literaria en sus libros pero sí una elevada solvencia imaginativa, sobre todo pensando en la época en que fueron escritos. Y, primero de todo, transmite un urgente aviso que no debemos olvidar en esta época de experimentación genética y banalización de la vida y de la muerte: no todo lo que se puede hacer se debe hacer. Una correcta comprensión de la dignidad del hombre es “el brillo de las estrellas” que miraba Prendick, brillo de donde obtenía paz, seguridad y esperanza.

Nota (1)

De todas las ediciones de Wells en castellano recomiendo las de Anaya, colección TUS LIBROS, donde pueden encontrarse los cuatro títulos comentados en este artículo, presentados con interesantes introducciones y comentarios que han inspirado algunas de mis propias ideas.

Autor: Javier Cercas Rueda

En 1965 nací en Sevilla, donde he vivido casi treinta años con un pequeño paréntesis de cuatro en Jerez. En 1994 me trasladé a Granada, donde sigo desde entonces. Estudié Economía general, he vivido once años de mi vida en Colegios Mayores, y desde 1995 hago crítica de libros y he mantenido diferentes relaciones con el mundo de la comunicación. Entre las cosas que me hacen más feliz están mi familia, mis amigos, los libros que he leído y haber subido en bici el Galibier. AVISO IMPORTANTE Conviene volver a recordar que el autor de estas entradas, Francisco Javier Cercas Rueda (Sevilla, 1965), que firma sus escritos como Javier Cercas Rueda (en la foto a la derecha) y José Javier Cercas Mena (Ibahernando, Cáceres, 1962), que firma los suyos (como Soldados de Salamina) como Javier Cercas, somos dos personas distintas.

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