Como otras veces, me tendría que haber ahorrado la relectura de libros que tenía muy altos en mi estima. Aunque de London siempre he pensado que lo mejor son sus relatos, la historia del perro lobo me encantó en mi juventud. Ahora ha sido de un más a menos imparable, donde sólo he disfrutado el principio.
La primera parte, presentación indirecta de la que sabremos luego que es la madre de Colmillo blanco, es muy emocionante, diría que extraordinaria. Dos hombres y seis perros, llevando un ataúd, son perseguidos por lobos hambrientos. ¿Llegarán vivos al fuerte?
La segunda cuenta el aterrizaje en la vida. Muy buena. Matar o ser muerto. La perdiz blanca, la comadreja y el lince, sus enemigos.
La tercera parte es el descubrimiento del hombre. Deja la vida salvaje. Más flojilla. Continua guerra con los demás perros. Sumisión al hombre (indio). No es tratado con cariño y se convierte en un ser huraño y solitario. Comanda el trineo a las órdenes de Castor Gris.
La cuarta parte es el hombre blanco y las peleas. Duro, cruel, implacable, nunca del todo domesticado, ¾ de lobo y ¼ de perro, lo salvaje predomina. Más de lo mismo. Existencia nómada, de paria y de rebelde, desde que era cachorro. Sus cualidades no lo hacen especialmente simpático. Ahora conoce al hombre blanco: Hermoso Smith lo compra, un tipo cruel, cobarde y medio loco, que lo explota con apuestas en las lucha. Punto álgido, la pelea con el dogo. Rescatado y comprado por Weedon Scott, técnico de minas que lo salva. Por primera vez en su vida recibe cariño.
Quinta languideciente parte, querido por fin por su dueño…y por una perra. No hay casi clímax narrativo.