Paul Léautaud (1872-1956) fue un escritor francés célebre por su Diario. Comenzó a escribirlo con 21 años y lo continuó hasta su muerte. De los 19 volúmenes se publicó una selección en Francia en 1968, que ahora se traduce en España (Fuentetaja 2016, 900 págs).
Trabajó casi toda su vida como empleado en la editorial Le Mercure de France, y esto le permitió independencia económica para escribir a su gusto, ajeno a modas y criterios comerciales. Su prestigio como crítico, su independencia de criterio y la eficacia de su estilo simple y claro le colocaron pronto en el centro de la vida cultural de París, aunque siempre se mantuvo lejos de premios, Academias y camarillas literarias. Nunca se casó para no tener más preocupaciones que la literatura. Tuvo varias amantes. Cultivó un perfil excéntrico por su forma de vivir y de vestir y vivió con gatos toda su vida, hacia los que demostró el amor que no le inspiraba ningún ser humano. Fue un solitario que no desdeñó la vida en sociedad, un hedonista que despreciaba a las mujeres, un francés de espíritu que abominaba de todo patriotismo. Escribió varios libros de memorias y de crítica teatral.
Como persona Léautaud se nos aparece lleno de limitaciones. Su visión de la vida es amarga y alejada de toda trascendencia: todo sacrificio es inútil, el heroísmo es falta de inteligencia, los buenos sentimientos son ridiculeces. Sólo tiene interés real por sí mismo. Insiste en su rechazo de toda idea de patria y se muestra muy contrario a la religión. En esta selección se omiten las páginas dedicadas a los detalles sexuales de sus relaciones con mujeres.
Los Diarios son justamente célebres. La parte literaria, lo más extenso de esta selección, es muy interesante por su sinceridad al hablar de todos y dar cuenta de su admiraciones (Stendhal, Chamfort, Diderot, Sainte-Beuve) y rechazos (Flaubert, Chateaubriand, Rabelais, Proust, Dostoievsky). Tuvo intensas relaciones con todos los hombres de letras del XX francés (Duhamel, Colette, Gide, Valéry, Gourmont, Guitry, Schwob) y sobre todos se expresa con amplia libertad. Apenas se habla de ningún autor que no sea francés.
Sus ideas toman con frecuencia el estilo moralista del XVIII francés que tanto admiraba. Su literatura es muy francesa: espiritual, burlona, llena de ideas bajo su levedad. Lo mejor del Diario es su estilo, ajeno a toda retórica, natural, volcado en la realidad. Los títulos de sus libros son representativos de su concepción de la literatura (Passe-Temps, Propos d’un jour; Mots, Propos et Anecdotes,….).
Contrario el arte y a la manipulación: escribir espontáneamente, sin usar diccionario; ser uno mismo y no seguir a ningún maestro; escribir sólo para sí, sin predicar, consolar o declamar; escribir como se piensa y como se siente, sin preocuparse de nada más, teniendo como único objetivo ser claro y verdadero. Juzgar y apreciar con espíritu crítico y contarlo con espontaneidad e ingenio.
Fue lúcidamente consciente de que la literatura y la vida son cosas distintas. Él eligió la primera. No parece que lograra ser muy feliz.
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