Vargas. Más allá, a la derecha

Vargas es una de esas escritoras que te gusta o no te gusta. Puede poner nervioso al que busca acción trepidante y personajes convencionales, claros y sin aristas. Ya hemos explicado otras veces que lo suyo es otra tonalidad de noir.

Esta historia tarda un poco en calentar motores pero una vez que lo hace se pone a mil por hora. Kehlweiler es un ex-poli vocacional que rompe todos los moldes y sus colaboradores no se quedan atrás. A partir de un huesecito humano que sale de un perro (por donde salen las cosas de los perros) reconstruye un crimen atroz. De camino, ajusta cuentas con policías poco escrupulosos, levanta tapaderas y se reencuentra con su últimoa mor que le abandonó.

Vargas mitiga el pequeño pero pertinaz remordimiento que siempre me acosa cuando leo novelas policiacas.

Tolstoi. Confesión

Tolstoi crece creyendo cada vez más en la razón. Su obsesión es el perfeccionamiento intelectual y el progreso. Vagamente, quiere ser moralmente bueno. Se sabe perteneciente a la élite artística y social. Pero es honesto y llega un momento de su vida es que se hace las preguntas existenciales básicas. No encuentra respuesta sobre el sentido de la vida ni en las ciencias especulativas ni en las experimentales. Concluye que la vida es una broma estúpida, un mal absurdo; al final espera el dragón de la muerte y, hasta entonces, los ratones del dolor, la vejez y la enfermedad. Sólo caben cuatro salidas: la ignorancia, el epicureísmo, el suicidio o la debilidad de no hacer nada. Pero no se atreve a suicidarse.

Continuar leyendo «Tolstoi. Confesión»

Joseph Roth

Son tan bonitos los libros de El Acantilado que es difícil resistirse a ellos. Pero no lean este librillo de Joseph Roth porque no se harán cargo del autor y puede desanimarles. Roth escribe siempre de lo mismo, de la caída del imperio austro-húngaro; a veces le da para potentes historias (La marcha Radetzky, su mejor novela), para breves pero intensas fábulas (La leyenda del santo bebedor o La cripta de los capuchinos), o para leves historietas como esta del conde Morstin), un noble nostálgico que se opone a las nacionalidades y mantiene en su casa un busto de su Majestad hasta que le obligan a quitarlo. Estas editoriales pequeñas y selectas aprovechan el prestigio de autores serios y muertos (preferentemente) para consolidar su catálogo, pero se me escapan los motivos para publicar esta pequeña redacción de 60 págs de forma asilada.