Leonard Michaels. Sylvia

Michaels (1933-2003) es otro brillante escritor judío neoyorquino que destacó sobre todo en el relato corto y en sus Diarios. A finales de los ochenta, tres décadas después de los hechos, se atrevió por fin a escribir sobre su primer y desastroso matrimonio y el resultado fue este intenso libro de 1992 que se traduce ahora en España. Ficción autobiográfica o memorias a secas, cuenta su vida con Sylvia desde 1960 a 1964, cuando él era novel escritor y ella acababa sus estudios. Ella es inestable, histérica y patológicamente susceptible, pasa de iluminaciones de superdotada a berrinches adolescentes. La relación es tóxica desde el primer momento: sexo compulsivo, peleas explosivas y dependencia enfermiza. El asunto termina muy mal, como se intuye desde la primera página.

El libro está muy pulido y el estilo es destacable. Todo se narra con claridad y sinceridad, recurriendo a veces a párrafos del diario que el autor llevaba en esos años.   Se cuenta muy bien el ambiente neoyorquino de los sesenta, los garitos de jazz, las drogas, la sexualidad depravada a la que conduce la tiranía de los sentimientos, las lecturas de Nietzsche, las películas aburridas de Antonioni. El autor, víctima vampirizada de un matrimonio infernal, lucha por sacar adelante su vocación a la escritura y por no verse arrastrado a una locura, en el ambiente y en el hogar, que puede asfixiar sus aspiraciones. La visión general que se trasmite del matrimonio es muy negativa.

Auster. 4 3 2 1

Las decisiones y las circunstancias van determinando el camino de la vida. La libertad y el azar hacen que pequeños detalles determinen destinos muy diferentes. Esto lo ha explorado Auster en varias de sus novelas y vuelve a hacerlo ahora narrando la formación de la personalidad de Archie Ferguson. Judío neoyorquino, descendiente de inmigrantes rusos, inteligente y activo. Nació en 1947, hijo único de Rose, fotógrafa, y de Stanley, empresario, que tuvo un gran amor (Amy Schneiderman), algunos buenos amigos, y destacó en los deportes y en las letras.

Auster inventa cuatro vidas diferentes para Archie, cuatro caminos hacia la vida adulta que diferirán a partir de ligeras diferencias en sus elecciones de estudio y profesionales, la marcha del matrimonio de sus padres, su relación con Amy y amigos o eventuales circunstancias no controlables. En realidad hablamos de cuatro novelas distintas, que avanzan cronológicamente pero que se nos cuentan transversalmente, repartidas en siete episodios por vida: al primer capítulo de la vida 1 sigue el primero de la vida 2, el de la 3 y el de la 4; pasamos luego al segundo de la vida 1 y así sucesivamente. Esta decisión del escritor nos exige recordar casi treinta veces dónde nos habíamos quedado. Leer la novela longitudinalmente hasta completar cada historia es más sencillo y las ventajas compensan la ínfima pérdida del efecto que produce la singular estructura (alguna sorpresa y poco más).

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Lenz. El desertor

El manuscrito de esta segunda novela de Lenz, que data de 1951, no llega a publicarse hasta el año pasado, dos después de la muerte del prolífico y sólido autor alemán. No fue oportuno en ese momento (“por razones patrióticas”) sacar a la luz la historia de un soldado de la Wehrmacht que se pasa al Ejército Rojo soviético en el último verano de la Segunda Guerra Mundial. El asistente Proska se incorpora al frente oriental. El calor, el aburrimiento, sus amores con la polaca partisana Wanda y las conversaciones con el filosófico Wolfgang (el bien, el mal, la libertad, el sinsentido de la guerra) estimulan su conciencia y decide pasarse al enemigo. El clima diario de la unidad alemana anticipa el asfixiante Corazón en las tinieblas conradiano.

La carga simbólica de las peripecias de varios militares muestra la rica ambición creadora de un joven escritor, pero castiga al mismo tiempo, por su oscuridad, el nivel de interés que un lector común puede llegar a tener por Proska y los que están con él.

Están lejos aún los años de sus mejores novelas (Lección de alemán, Campo de maniobras, etc), escritas cuando llega a poseer el dominio de los originales puntos de vista elegidos y controla los ritmos del relato de forma maestra. No es cierto, como se dice en la publicidad que acompaña a la edición, que El desertor esté a la altura de ellas, pero es un relato -un duro y triste alegato antibelicista- que se deja leer y demuestra que es un autor interesante desde sus inicios.