Cheever, el notario de la mediocridad

CHEEVER_Cuentos_RBACheever es el Balzac de la clase media norteamericana de los cincuenta. Un relato-tipo suyo es algo así: familia acomodada que vive en zona residencial de clase media, precisa y breve presentación de personajes, el o los protagonistas descubriendo por qué no son felices, crisis o conflicto (que no necesariamente se resuelven en algo al final) y resolución (con frecuencia abierta). Todo en un estupendo estilo realista, limpio, clásico y tranquilo.

La insatisfacción del mundo que él ve se relaciona casi siempre con el egoísmo. El matrimonio ya ni intenta comunicarse y se buscan aventuras fuera, hay una exagerada preocupación por el dinero y mandan los convencionalismos sociales, asfixiantes y adictivos al mismo tiempo. La felicidad se considera una quimera y es frecuente que sus personajes, a pesar de las apariencias, en un momento u otro estén muy cerca de dejarlo todo. Sus relatos están poblados de gente vacía, sola y llena de miedos. Supervivientes de un naufragio que no ven playa por ninguna parte.

Maestro de la presentación de situaciones y personajes y de la descripción, brilla menos en los diálogos. Muchos de sus personajes resultan difíciles de olvidar (incluso algunos secundarios). No juzga ni saca conclusiones, no hay ironía, ni humor, ni pesimismo, ni estridencias argumentales de ningún tipo. Su visión no resulta alentadora pero tampoco destructiva. Mira, describe y alerta, esto último sin un propósito declarado.

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Paseos otoñales por librerías, y II

Alianza reedita la magnífica León el Africano, de Maalouf.

Glattauer, Contra el viento del norte. Asunto romántico. Y ya la segunda parte: Cada siete olas.

Blake Bailey y su Cheever, una biografía. 900 págs. Me tienta.

Red Riding Quartet, de David Peace. Dura tetralogía criminal.

Los demasiados libros, de Gabriel Zaid. Escrito en 1972 y revisado ahora. Edita DeBolsillo.

Y, un peu par tout, la moda de los Moleskines.

Libros sobre gente buena

¿Por qué hay pocas novelas buenas con personajes «buenos», en el sentido moral del término? (a la izquierda, la adaptación cinematográfica de una de ellas). Miren lo que dice Cheever en sus Diarios:

Al carecer de un sentido claro del bien y el mal, nos resulta imposible inventar un malvado, y la maldad es esencial para la dinámica de la narración. El libertino ya no es malvado; su destreza se ha convertido en virtud. El banquero usurero despierta admiración; el sodomita pertenece a una minoría que merece nuestra comprensión; el homicida sólo necesita asistencia psiquiátrica. Me da la impresión de que los jóvenes lo asumen con menos egocentrismo que nosotros, y al sentir instintivamente la necesidad de la maldad, llegan a la conclusión de que el mundo adulto es imperfecto. Los procreadores limpios, decentes, vigorosos y lozanos son objeto de su rabia y su desdén, cuando su único defecto es que no recuerdan a los malvados. El cáncer es malo, pero cuando miramos por el microscopio no vemos ningún diablo. Y al final he ponemos cuernos y rabo a ha muerte, que es totalmente inocente como fenómeno.