Diario de invierno es un sui generis libro de memorias. Auster ya es mayorcito y hace balance, y no precisamente de su obra, que es por lo que todos le conocemos y hemos de valorarle, sino de su vida. Su revisión es estadística y parcial: recuento de enfermedades, de funciones corporales, de mujeres a las que ha amado (y, sobre todo, de las que ha disfrutado sexualmente), de casas que ha habitado, de viajes que ha hecho.
Como siempre, consigue interesar hasta cuando cuenta las cosas más normales. Es el talento. Habla mucho de su familia y es bonito el amor y la lealtad a su segunda (y actual) mujer. Reflexiona, sin grandes profundidades, en la muerte, y resume citando a su admirado Joubert “El fin de la vida es amargo” y “Hay que morir inspirando amor (si se puede)”.
Habla mucho de sí mismo (aunque sin darse importancia), poco de amistad, mucho de sexualidad, casi nada de sus libros y películas. Dios como si no existiera. Sólo cuenta lo tocable.
Me parece muy acertado el uso de la segunda persona a lo largo de todo el libro.
Pueden conocer más cosas sobre él en Dossier Paul Auster, de Cortanze, un libro ya un poco antiguo que, si no recuerdo mal, incluye también varias entrevistas al escritor.