Borges sufrió ceguera buena parte de su vida y muchos acudían a su casa a leerle. Manguel fue uno de ellos y en en este breve libro recoge sus recuerdos sobre el maestro argentino, a quien llegó a tratar con cierta intimidad pese a la diferencia de edad. El libro está escrito con admiración y cariño. Se recogen sabrosas anécdotas y se da una visión somera pero global de cómo era Borges y cúal es la importancia (grande) de su legado.
Conocemos su falta de paciencia con la estupidez, su pasión por charlar, que lo último que hacía cada día era recitar en voz alta el Padrenuestro en inglés, o detalles de su relación con Silvina Ocampo y Bioy Casares. Queda patente que vivió en y para la literatura.
Hay escritores que tratan de reflejar el mundo en un libro. Hay otros, más raros, para quienes el mundo es un libro, un libro que ellos intentan descifrar para sí mismos y para los demás. Borges fue uno de estos últimos. Creyó, a pesar de todo, que nuestro deber moral es el de ser felices, y creyó que la felicidad podía hallarse en los libros. «No sé muy bien por qué pienso que un libro nos trae la posibilidad de la dicha —decía—. Pero me siento sinceramente agradecido por ese modesto milagro.» Confiaba en la palabra escrita, en toda su fragilidad, y con su ejemplo nos permitió a nosotros, sus lectores, acceder a esa biblioteca infinita que otros llaman el Universo.