«Me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba…
[…] En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té […]»
En realidad, la primera parte de la primera parte de «En busca del tiempo perdido» se llama «Combray». Ahora, eso sí, la primera parte de «En busca del tiempo perdido» sí se llama «Por el camino de Swann».
Saludos Javier,
También leí Por el camino de Swann, con mucha paciencia y tranquilidad. Tiene párrafos hermosos con otros más farragosos. Algún día seguiré con su obra.
Kafka, Proust y Joyce, los tres santones del modernismo, ¡cualquiera se mete con ellos! A mi me interesan los tres pero ninguno me gusta.
Estaba buscando información sobre ‘La pulga de acero’ y he dado con este blog, que a partir de ahora pienso leer con cierta frecuencia. Me ha hecho gracia lo que dices sobre Proust, porque por mucho que lo he intentado siempre me quedo encallado en las primeras páginas de ‘A la búsqueda del tiempo perdido’. A veces lo atribuyo a mi falta de sensibilidad artística, por lo que celebro que a alguien como tú le pueda parecer aburrido ‘Por el camino de Swann’.
Josep Pastells