Errata, el examen de una vida (1997)
Una vez más la importancia de la formación de infancia para fomentar el talento. Su padre verificaba con un informe que había asimilado un libro antes de hacerle pasar a otra lectura. Le hacía repetir párrafos en voz alta hasta asegurarse de que los aprehendía. Y esto en francés, alemán e inglés. Steiner se emocionaba con la Odisea a los seis años y su padre traducía párrafos con él ¡en griego! Ya se imaginan de que tipo de estudioso estamos hablando. Define qué es para él un clásico, explica su pasión por Shakespeare, su vocación de enseñar, su amor por la música (y no el rock precisamente). Reflexiona sobre el multilingüismo, la traducción, la relación entre lenguaje y sexualidad, la ciencia, la democracia. Homenajea a sus maestros, a sus alumnos, da cuenta de sus frustraciones y de sus lugares favoritos. Repasa los libros que ha escrito, algunos también de ficción.
Me ha sorprendido su ateísmo. Es llamativo en alguien tan inteligente e intuitivo. Pienso que su gran escollo es la existencia del mal. No es un judío llorón pero vive horrorizado por la capacidad del hombre para el horror, y particularmente por el Holocausto. Esta ausencia de Dios en su vida, en mi opinión, explica en último término lo que él experimenta como “la multitudinaria soledad del erudito”.
Yo no tengo claro que vaya a leer más libros suyos. Aunque sé que debería, por mi bien.
Por cierto, soy Eugenio.
Leí algo de G. Steiner, hace unos años. Era un artículo sobre la Estética que me descargué de no sé qué página de Internet. Es lo que tú dices, Javier, está a otro nivel. Recuerdo tener que releer los párrafos para enterarme de lo que decían, para luego, asombrarme.