Un pastor islandés acude cada año a la montaña el primer domingo de Adviento. Busca ovejas perdidas y se hace acompañar de su perro y de un carnero, animales fieles y expertos en el acarreo de ganado. Benedikt tiene 54 años y hace eso desde los 27. Es un hombre sencillo, austero, servicial, sacrificado y valiente, y por tanto querido por todos. Disfruta de la naturaleza y tiene una especial relación con sus dos animales.
Se suele destacar la maestría y el valor simbólico de esta breve novela del escritor islandés, la primera suya que se traduce al castellano. Realmente el personaje y su sentido religioso nos ganan y aquí y allá leemos cosas bien dichas como estas:
Nada hay demasiado pequeño en el mundo que no pueda prestar un servicio, y nada tan miserable que no pueda ser consagrado por medio del servicio.
Nunca pasan cosas tan terribles como las que uno es capaz de imaginarse.
Además, ¿no era toda vida un sacrificio? claro, pero sólo si es vivida de la manera adecuada. ¿No está ahí el enigma, en el hecho de que la fuerza creadora viene de dentro, de la negación de uno mismo, y en el de que toda una vida que no es sacrificio no es más que una forma de injusticia que nos aboca a la destrucción?
Como novela, a mi no me ha atraído especialmente. El exceso de despojo y simplicidad tampoco son buenos, puede llegar un momento en que te quedas sin historia.