Grangé

Hace unos años leí una novela de Grangé, La línea negra, que me impresionó bastante. Lo suyo es el thriller criminal al límite, varios pasos por delante del resto en cuanto a sus encarnaciones del mal.

Ahora ha publicado Miserere, traducida en España como El origen del mal. Extraños asesinatos, dos policías completamente fuera de molde y un trasfondo que pone los pelos de punta.

El dolor y el castigo como redención, la voz humana como instrumento de dolor, la religión, el nazismo, una secta, experimientos con humanos, coros de niños (de ahí lo del Miserere), política, pederastia, tortura, Chile y París. Cualquiera de esos elementos habría bastado para una novela, pero Grangé los emplea todos. Resulta excesivo. Por no hablar de los polis: un jubilado armenio con un pasado y un joven yonki con habilidades de 007.

Grangé trabaja sus libros y hay muchos datos (geográficos, científicos, armamentísticos, históricos, musicales, etc) buscando la credibilidad del lector, al que pronto le queda agotada la capacidad de asombro. Ya lo he dicho, excesivo.

Una de vampiros

Cada vez me gustan más las novelas de Vargas y no paro de recomendarla. Ella insiste en que no hace novela negra sino de enigma y yo diría más, creo que ni siquiera es novela criminal.

Disfruto con las circunvoluciones mentales de Adamsberg y su brillante intuición, con la erudición de Danglard que baja al comisario de las nubes, con la fiel determinación de la teniente Retancourt (“el mejor hombre de la Brigada”), con las tontadas de Estalère, con Veyrenc (que reaparece desde los Pirineos), y con Mordent, Froissy, Nöel y todos los demás, un micromundo de maderos (flics) tan familiar después de tantas historias. Además cada caso es tan sólido, original y asombroso que ninguna novela se parece a las demás ni, desde luego, a las de otros escritores que yo conozca. A mi la palabra vampiro me hubiera hecho cerrar un libro a la primera aparición. Pero Vargas nos vende la moto. Cementerios, leyendas, sortilegios, supersticiones y magia, de la mano de pruebas de ADN, un racionalismo feroz y erudición histórica.

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Síndrome E

Lucie investiga en Lille un caso de ceguera histérica producido tras el visionado de un extraño cortometraje de los años 50. Sharko se ocupa en Rouen de cinco cadáveres a los que se han enucleado los ojos y sacado los cerebros. Las dos investigaciones se conectan. Ambos son muy buenos en su trabajo y difíciles de controlar por sus superiores. Tienen pasión por la persecución y no siempre siguen del todo las reglas.

Detrás de todo se esconde un caso monstruoso que involucra al ejército, a la CIA y a instituciones de acogida de huérfanos, y que lleva a los investigadores a Egipto y a Canadá. El objetivo: la contaminación mental, la inducción de conductas usando imágenes y manipulando el inconsciente.

La trama es sólida. Los protagonistas resultan buenos personajes. Dos pegas: un poco demasiado largo y algunos diálogos poco trabajados (o forzados, o grandilocuentes o poco naturales). Bien en conjunto.

Es mi primer contacto con Thilliez pero creo que hay más historias anteriores de Frank Sharko.