Sangre, crimen y balas

El otro día me topé en la biblioteca pública con Sangre, crimen y balas, un libro de Ray Collins sobre novela negra. Es breve, está lleno de fotos, pésimamente traducido y, asombroso, todo el fondo de la parte con texto no es blanco, sino con unos circulitos grises diminutos, como si quisieran hipnotizarte mientras lees. A pesar de todo esto, le eché un largo vistazo. Tiene un capítulo inicial histórico, que vale como introducción al género, y luego repasa a unos 20 autores, 18 de ellos norteamericanos. Lógicamente, destaca a Hammett, Chandler, Thompson y McDonald. También al Hammer de Spillane y los libros de Hadley Chase (en realidad, británico). Me he apuntado algunos títulos que no conocía y, según él, muy importantes (El pequeño César, de Burnett, Eleven mi horca, de Homes, y alguno más). El libro acaba con una lista -en inglés- de pelis fundamentales de género negro.

 

Inger Wolf

Me atraen las novelas negras donde el malo es incontrolable, donde sus actos son impredecibles por sus persecutores (y por el lector) porque no sigue sólo la lógica de la propia conveniencia, placer o venganza, sino una fuerza inasible que proviene de la locura.

Esto ocurre en la primera novela de Inger Wolf. Primero parece un caso corriente de violencia sexual contra una joven, luego aparecen connotaciones rituales, la cosa se complica con un posible móvil de robo de un descubrimiento farmacéutico, y al final todo salta por los aires. Lo que decíamos. La locura.

Están muy bien los dos polis, el impenetrable croata Trokic y la informática Lisa Kornelius.

Comienzo prometedor: buenos malos, buenos buenos, buena historia. Hay que apuntarse el nombre de esta danesa.

(Por cierto, otro «Wolf» más para confundirse).

Lapidus

Lapidus llega pisando fuerte (promocionalmente hablando) al equipo del negro escandinavo, cada vez más numeroso. Ya ha salido en castellano la segunda parte de su Trilogía negra de Estocolmo.

He leído la primera y me ha parecido sólo regular. El tema es la cocaína en la capital sueca: las bandas (especialmente los yugoslavos) la comercian, los pijos la consumen. Tres líneas argumentales: el matón culturista del Don serbio (a su vez separado y luchando por ver a su hija), el pijo con doble vida (a su vez tras la pista de su hermana desaparecida) y el latino-patero que sale de la cárcel y quiere vengarse (a su vez dominado por el cariño a su hermana, lo único bueno que hay en su vida). La poli no aparece directamente, sólo a través de informes que explican una operación que se está preparando.

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