Siento constatar que se confirma la sequía de Pérez-Reverte. Y ya son años. Sigo opinando lo que ya dije con El asedio. Esta vez pintaba mejor, pero la ensalada ha fallado. Una historia de amor en tres actos (1928, Buenos Aires; 1937, Niza; 1976, Sorrento) con muchos ingredientes pintorescos, aventuriles y reverterianos: el tango, el ajedrez, los espías. Una tórrida historia de amor entre dos de sus famosos héroes gastados, cínicos y cansados.
Pero los que estamos cansados ya de verdad somos sus lectores, que ya sólo le aguantamos despiertos en los Alatristes. Este tango se me ha hecho muy largo y lo he leído sin ganas desde la mitad: ¿demasiadas cartas en la baraja, demasiado sexo raro, demasiado desnortamiento existencial? Sus topicazos de siempre («España, ese lugar triste, rencoroso y con olor a sacristía»), sus personajes liberados (“la moralidad es algo pasivamente injusto”) y sin embargo –o por eso mismo- tristes, sus frasecitas (“Un hombre debe saber cuándo se acerca el momento de dejar el tabaco, el alcohol o la vida”). Como siempre, todos los mimbres muy trabajados y la ambientación impecable, pero la historia, por decirlo en una palabra, me ha parecido un auténtico rollazo.
Y no gasto una palabra más en hablar de esto por muchas montañas promocionales de libros que me monten en las librerías.

