Banks

Me ha resultado desagradable la lectura de Juegos de familia, del escocés Iain Banks. No había leído nada de él, ni nada de nadie, creo, publicado por La Factoría de Ideas. Es una historia construida con cierta solidez pero tremendamente vulgar. Un clan familiar se reune para festejar el ochenta cumpleaños de la abuela y decidir si venden el negocio familiar. Dos dudas hasta el final: ¿venderán? ¿volveran a unirse los primos que estuvieron una vez enamorados? Es todo. El relleno es original donde los haya: tacos, blasfemias, groserías, alcohol, drogas, suicidios, abortos, incestos, la clásica historia de iniciación sexual primito-primita en versión hiperrealista,…en fin. Sólo he leído con atención las cincuenta primeras páginas.

De esos libros que ni siquiera vendo en la librería de viejo.

Ellroy

Ola de crímenes

Relatos variados, L.A años 50, casi todo basado en hechos reales. La muerte de su madre, una aspirante a actriz drogata y anoréxica, un periodista de escándalos, O.J. Simpson. LA sórdida y repugnante. Crimen y sexo. Policías corruptos, extorsiones, drogas y asesinatos. Relatos vertiginosos, periodísticos, aire de verdad, un aluvión de datos. Escándalos sexuales de los famosos de Hollywood. El conjunto resulta tremendamente deprimente.

Ellroy mira todo este mundillo de una manera muy personal, y todo lo que escribe al respecto se ve que le sale de las tripas. No hay mucha gente que escriba así. De ahí su prestigio. El problema es que sus historias se centran en lo peor de lo peor.

Yo era un niño frío. Odiaba a mi madre, la añoraba y finalmente la conocí a través de testimonios post mortem. La enterré con prisas y otras mujeres asesinadas me enardecieron. La muerte de mi madre corrompió y estimuló mi imaginación. Me liberó y me reprimió a la vez. Configuró mi currículo mental. Me doctoré en crimen y me gradué en mujeres viviseccionadas. Fui creciendo y escribí novelas sobre el mundo masculino que aprobaba sus muertes.

Astillas y cerillas

Una interesante cita sobre el talento y la suerte.

Cree que todos los escritores serios tienen vocación, una especie de llamada mística. Lo que explotan no es su inteligencia, ni su formación, sino un don glorioso que es también una obligación. Y cree que yo lo tengo. Se pregunta cómo no he escrito nunca poesía, piensa que soy un poeta frustrado, y me sorprende recitando unas líneas del único relato mío que ha leído (el único que he publicado por ahora), para ilustrar lo que llama la brillantez yio personal de mis imágenes, mi sentido del espacio, mis aciertos verbales. —Tú sabes hacerlo —dice casi lastimero—. Se pueden pasar años estudiando y no aprender a hacer lo que tú haces. Tú sabes hacerlo desde el primer párrafo de tu primer relato. Y ahora has vuelto a lograrlo. En una semana. Dios santo, a mí me lleva una semana sacar punta a los lápices y asentar el trasero en la silla con comodidad. Te envidio. Eres un instrumento que no da notas desafinadas. Tienes tu camino.
……….
Cosas agradables de oír, aunque oírselas a él me incomoda un poco. Asimilo los elogios, pero me siento en la obligación de quitar importancia a mi talento. Creo que la mayoría de las personas tienen cierto grado de talento para alguna cosa: formas, colores, palabras, sonidos. El talento anda por dentro de nosotros como las astillas a la espera de una cerilla, pero algunas personas con un don tan grande como los demás son menos afortunadas. El destino nunca suelta una cerilla junto a ellas. No es el momento adecuado, o tienen mala salud, o poca energía, o demasiadas obligaciones. Lo que sea.
……….
(…) ¿De qué sirve tener un as si todas las otras cartas que tienes son muy malas?
……….
(…) Totalmente imbuido de la convicción de que lo que escogemos nosotros no está más allá de nuestras fuerzas, le conmino a que vuelva a escribir otra vez, a que lo saque de dentro, a que no permita que nadie le desanime. Al fin y al cabo ya terminó los cursos de doctorado; su vida es lo que él quiera hacer de ella; ya ha aprobado todos los exámenes que se le exigían. Me siento con esa confianza insoportable que da un pequeño triunfo.

[Fuente: En un lugar seguro (1981), Wallace Stegner]