Banville lo intenta de nuevo

El escritor irlandés John Banville reincide bajo seudónimo en una novela negra. Igual que en El secreto de Christine (Alfaguara, 2007), el forense Quirke es incapaz de hacer su trabajo y parar. Además de rajar y pesar el cadáver de Laura, él quiere saber qué pasó, pues está claro que ya estaba muerta cuando la arrojaron al agua. Los hechos le conducen a una sórdida y desagradable historia de drogas y pornografía.

Banville, en cuanto a contenidos, ha escogido el camino más fácil para sus novelas de misterio. El mal es representado sin sutilezas ni matices, a través de personajes primarios sin frenos a la hora de satisfacer sus instintos. Todos sus intentos de plantear otras cuestiones al margen del enigma, como hace toda buena novela negra, se ven arrinconados por lo asfixiante y obsceno de la trama principal. Así ocurre cuando se intenta reflexionar sobre la ley y la justicia, sobre las relaciones matrimoniales o paterno-filiales, o sobre el peso del ambiente en la educación.

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No es país para viejos (y III)


Lo que el sheriff Bell dice sobre la verdad:

Opino que cuando todas las mentiras hayan sido contadas y olvidadas las verdad seguirá estando ahí. La verdad no va de un sitio a otro y no cambia de vez en cuando. A la gente de ahora les hablas del bien y del mal y te expones a que se sonrían. Mi padre siempre me decía que hiciera las cosas lo mejor que supiera y que dijera la verdad. Que nada tranquilizaba tanto como despertarte por la mañana y no tener que decidir quien eras. Y si has hecho algo mal, da la cara y di lo siento y apechuga. No cargues más peso del necesario.Yo creo que la verdad siempre es simple. Y lo es por fuerza. Tiene que ser lo bastante simple para que la entienda un niño. De lo contrario sería demasiado tarde. Cuando las comprendieras ya sería tarde.

No está mal encontrarse cosas así en una novela, ¿no creen? ¿les pasa con frecuencia?

No es país para viejos (II)


El sheriff Bell reflexiona sobre el mal:

Creía que nunca conocería a una persona así y eso me hizo pensar si el chico no sería una nueva clase de ser humano.
Yo siempre supe que para hacer este trabajo había que estar dispuesto a morir. Si no, ellos lo saben. Lo notan enseguida.
Gobernar a los buenos cuesta muy poco. Poquísimo. Y a los malos no hay modo de gobernarlos. Al menos que yo sepa.
No se puede ir a la guerra sin Dios.