El druída

Ainvar es un druida de una tribu gala (los carnutos), S.I adC. Tiene amistad desde niño con Vercingetórix, líder de otra tribu de la Galia libre, los arvernios. Cuando son adultos se enfrentan juntos a César, al frente de la Galia narbonensis, y ambos intentan una alianza global de todas las tribus galas contra la bota romana. La cosa terminó en Alesia del modo como nos cuenta la historia.

La novela es seria (no es Asterix) y ofrece una completa visión de la cultura gala, del druidismo en particular y de la oposición a la trituradora romana desde el punto de vista de los vencidos (como en la estupenda El águila en la nieve). No es por tanto otra novela sobre César.

Todo el asunto druídico es algo chocante para la mentalidad moderna, una mezcla de aspectos que ahora tenemos resueltos de diferentes modos, más “civilizados” y realistas. Hay videntes y adivinos, sanadores, pensadores y maestros, un liderazgo espiritual que no tiene mucho que ver con la religión, con una parafernalia de ceremonias secretas, iniciación en los misterios, sacrificios, rituales, canciones y cuervos. La idea de fondo es el equilibrio entre el Más Allá, la tierra y el hombre, y hablan de La Fuente, La Norma y El Bosque. Hay cosas positivas como la atención a la naturaleza, el amor a la libertad o la creencia en otra vida después de esta y elementos estrafalarios como la magia o los poderes sobre la mente o la naturaleza.

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El Lucas de Caldwell

Se reedita la célebre novela de Caldwell (Inglaterra, 1900-Connecticut, 1985) de 1959 sobre San Lucas, el evangelista de María y del alcance universal de la salvación. La popular escritora abordó también la novela histórica religiosa con personajes como San Pablo y Judas Iscariote.

Nacido libre en Antioquia, hijo de un liberto del gobernador romano de la provincia, Lucano conocerá desde niño su doble vocación: la búsqueda del Dios Desconocido, tarea que le llevará a decidir una vida célibe, y su apasionado amor por la medicina. Los griegos tomaron sus conocimientos de los egipcios, y éstos de los babilonios, y Lucano aprenderá una ciencia que combina saberes, misterios, magia y adivinación. El único apóstol no judío y que no conoció personalmente al Señor irá creciendo espiritualmente sin ahorrársele el dolor, en una lenta y sincera búsqueda de Dios

La novela avanza con gran morosidad, con la exuberante minuciosidad característica de la escritora inglesa, completamente entregada al personaje. Se suceden detalladas descripciones de las intrigas palaciegas de la Roma imperial, de las fiestas de Tiberio, de la vida de los primeros cristianos en Jerusalén.

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Epitafio

Así se imagina Barnes la necrológica que se le podría dedicar:

Ayer murió un londinense de más de sesenta y dos años. Durante la mayor parte de su vida gozó de buena salud y no había pasado una sola noche en un hospital hasta la enfermedad definitiva. Tras un comienzo profesional lento e improductivo, alcanzó más éxito del que había esperado. Tras un comienzo emocional lento y precario, alcanzó tanta felicidad como permitía su naturaleza. A pesar del egoísmo de sus genes, no logró —o, mejor dicho, no quiso— transmitirlos a otros, creyendo además que su negativa constituía un acto de libre albedrío frente al determinismo biológico. Escribió libros y después murió. Aunque un amigo satírico pensaba que su vida estuvo dividida entre la literatura y la cocina (y la botella de vino), hubo en ella otras facetas: amor, amistad, música, arte, sociedad, viajes, deportes, bromas. Era feliz en compañía de sí mismo siempre que supiera cuándo terminaría esta soledad. Amaba a su mujer y temía a la muerte.

Julian Barnes, Nada que temer.