Egos revueltos

Juan Cruz, pieza clave de PRISA (El País, Alfagüara) cuenta su relación directa con escritores, como periodista, editor y, sobre todo, amigo. Son unas memorias centradas en escritores fallecidos. No habla de sus obras sino más bien de su relación con ellos, desvelando anécdotas y aclarando malentendidos. Es un narración amable, sin revelaciones escandalosas y respetuosa con todo el mundo. Cruz ha sido testigo privilegiado del ascenso de casi todos los grandes escritores hispanoamericanos del S. XX.

Me ha resultado muy agradable de leer. Ha sido muchos años acompañante, sombra, confidente, conseguidor y amigo de muchos escritores, respetuoso de sus egos, especialmente activos en los artistas.

Juan Cruz está pirado por la literatura y demuestra una gran capacidad de amistad. Y naturalmente escribe bien, con un modo algo alambicado de llegar a las cosas y enlazarlas, a veces rebuscado en el estilo pero siempre expresivo.

Estas memorias apuntan a una continuación, los vivos. Ahí tendrá que hacer más equilibrios aún. Ya saben, los egos.

Connelly

La última novela de Connelly me ha parecido más flojita de lo habitual en él. Se trata básicamente de un juicio, Mickey Haller de nuevo. Bosh aparece también pero en una proporción 20/80 a favor de Haller.

Los libros de juicios son todos un poco iguales. Connelly lo hace bien, como siempre, todo muy creible y con las necesarias sorpresas, giros y contragiros, incluso mete un clímax culebrístico final (de «culebrón»). De fondo, la misma idea de la anterior y primera y mucho mejor novela con Haller: el cinismo de la profesión de abogado, el escaso papel que juega la verdad en el proceso judicial. Todos mienten.

El veredicto será una estación de paso obligada entre los seguidores de Connelly, pero no de las más recordadas.

El cebo

Es estupendo leer una buena trama con cosas que no has leído nunca, originales. Esto ocurre en El cebo.

El cubano Somoza (1959) ha publicado once novelas, con esta, desde 1996 y ha tocado todos los palos: erotismo, historia, policiaca, ciencia-ficción, fantasía, horror, y se ha labrado un lugar entre los escritores innovadores de suspense y misterio de cierta calidad e inteligencia.

El cebo es un thriller de persecución clásico donde la estrella es el perseguidor, para el que Somoza elabora una original e interesante teoría psicológica. El “psinoma” es el código matemático de nuestro deseo. Hay cincuenta tipos fundamentales o “filias” y cada persona tiene una. Un “cebo” teatraliza una determinada “máscara” (conjunto de gestos y palabras) ante la que un sujeto no puede dejar de reaccionar, lo “engancha” y lo somete a su voluntad. Esto se descubrió hace siglos, Shakespeare en concreto describe todas las tipologías fílicas en sus obras, y en la actualidad es una ciencia psicológica ultrasecreta en manos de la policía que entrena a cebos expertos en conducta para capturar a criminales. A primera vista puede pensarse en un intento reduccionista de coronar al placer como motor único del obrar, pero la idea es más compleja y tiene cierta consistencia, y, en todo caso, consistencia narrativa. Es el fin de las armas, los detectives y los forenses, y la hora de los “perfiladores” y de las máscaras manipuladoras de deseos.

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