La muerte de Amalia Sacerdote es una historia de jueces, fiscales, abogados, policías, políticos, financieros, periodistas y mafiosos, y de una mano que controla la red. Todos resultan peones que carecen de una visión global de la estrategia. Además, el propio jugador de ajedrez hace también a veces de contrincante. Camilleri apura su ingenio y consigue cada vez tramas más sofisticadas y elaboradas, que requieren recapitulaciones y largas explicaciones cada poco para que el lector no se vea perdido. Basta decir aquí que todo ocurre en Palermo, que hay una joven asesinada y que su novio es el principal sospechoso, hechos basados en un caso real, el crimen de Garlasco.
Camilleri se apresura a anotar al final del libro que todo lo que cuenta es pura ficción. Sus motivos tendrá, aunque La muerte de Amalia Sacerdote, pese a que se está vendiendo así, no es propiamente un libro sobre la mafia sino sobre los hilos del poder y, en particular, sobre el papel de la información. En vez del habitual detective, el eje y ojo de la novela es la redacción de la RAI en la capital siciliana. Cuanto se va sabiendo es confirmado, sopesado y clasificado, valorado y dicho (o no); si se transmite, se hace al principio, en medio o al final, en el primer telediario o en el último, acompañado o no de declaraciones, y cada una de estas decisiones tiene motivos y consecuencias, provocan nuevos movimientos en la partida que pueden o no ser contados, y vuelta a empezar. Esto está muy bien explicado, y es el principal acierto de la novela, más que la trama criminal en si.