Un hombre casado que desea a otros hombres y tiene relaciones con ellos. Un bebedor depresivo. Un artista en permanente crisis de creatividad, lleno de miedo a fracasar, angustiado por la falta de dinero. Una persona con dificultades para relacionarse con casi todos (padres, hermano, mujer, hijos, colegas,…). Una persona religiosa pero con una relación con Dios que no afecta a su conducta.
Un libro que cuenta este panorama no parece muy atractivo. Podría salvarse si al menos -hablamos nada menos que de los Diarios de Cheever– hablara a fondo de sus lecturas, de su escritura, de sus concepción artística, pero tampoco. Así pues, no recomiendo estos diarios. Siempre cabe pensar que, al tratarse de una selección (este voluminoso libro sólo recoge una veinteava parte de los Diarios del escritor estadounidense), puede haber otras cosas que justifiquen la celebridad del libro.
A mi me han cansado, y eso que me encantaron sus relatos (La geometría del amor). Son interesantes las notas de Rodrigo Fresán, un entusiasta cheveriano.
Ginebra y ginegra, suburbios, trenes, bares. Buceos en la infancia. Viajes. Le cafard (el pesimismo). Una y otra vez la lascivia.
Escuetas referencias a su mundo literario: los relatos que va componiendo, las estancias en la colonia Yaddo, sus relaciones con las revistas (The New Yorker, Harper’s, Playboy), sus relaciones-amistades-envidias-admiraciones con otros escritores (Carver, P. Roth, Mailer, Bellow, Salinger, Capote, Nabokov, Updike...).