Tras seis novelas de alta calidad, de hace cinco años la última, Ishiguro publica su primer libro de relatos, cinco novelas cortas en realidad. Sigue indagando en todas ellas en sus preocupaciones de siempre, desde Pálida luz en las colinas, que giran en torno a la evaluación del pasado. Ishiguro pone a sus personajes siempre en un momento de su vida en el que descubren que sus expectativas no se han cumplido. Así, puede deducirse, la clave de la existencia viene a ser prepararse adecuadamente para las decepciones que, sin duda, se nos irán presentando. Esta vez sus protagonistas pertenecen al mundo de la música, son artistas mediocres sin talento ni potencial, o han disfrutado de algún breve periodo de éxito, o no se han dado las condiciones para ser comprendidos o aceptados, o son reconocidos profesionalmente pero han fallado en sus vidas personales. Todos ellos están en el momento de tomar una importante decisión, persiguiendo aún el espejismo del éxito, o tratando de enderezar lo que no ha funcionado. El drama del artista que debe ser juzgado y ver que otros ven las cosas de modo diferente (y peor) a como las ven ellos.
Son historias intensas y magníficamente narradas, triangulares en cuanto a los personajes, abiertas en algunos finales, escritas con el estilo exacto, elegante y preciso que caracteriza al autor. Ishiguro estira algunas situaciones hasta rozar lo extravagante (como el caso de que la actual pareja de la que aún es su mujer pague una cirugía estética a un músico que quiere relanzarse) pero siempre dentro de un realismo implacable y asfixiante para sus personajes. El conjunto no resulta exactamente pesimista pero hay pocas personas felices en estas páginas.
Nocturnos no desentona con la trayectoria de Ishiguro, considerado por muchos como un maestro, pero tampoco la hace crecer. Su tercera y cuarta novela (Los restos del día y Los inconsolables) siguen siendo sus mejores logros hasta ahora.