Macon y Sarah llevan veinte años casados y son muy distintos. El es productivo, sistemático y ordenado y ella justo lo contrario. Lo peor es que han perdido a su único hijo. Se separan y él se va a vivir con sus hermanos, que también han naufragado en sus matrimonios. Empieza una relación con Mabel, una adiestradora de perros.
Estaba totalmente confundido con el tipo de libros que hacía Tyler, y me alegro de haber salido de mi error. Es una novela seria, que abunda en lo psicológico, con acción mínima y un profundo estudio de los personajes, con diálogos muy buenos.
Una aproximación a qué es el matrimonio, a la importancia de los detalles y de saber disfrutar de lo corriente. Por desgracia la lealtad es presentada, de hecho, como una especie de utopía infantil, aún cuando casi todos hubieran deseado alcanzarla. La familia aparece como un eje sólido sobre el que construir la vida pero, por una cosa u otra, ninguno logra mantenerla unida más allá de los lazos de la sangre.
Tyler tiene una curiosa forma de mirar. Contar qué pasa en el libro no da para mucho, basta apenas explicar las coordenadas que he señalado en el primer párrafo, pero la lectura de la novela es interesante casi en todo momento: conseguir este efecto, aparentemente contradictorio, es prueba de talento.