De vez en cuando hago excepciones y leo libros sobre cosas que no me gustan especialmente, en este caso las memorias de un veterinario.
El escocés Herriot (es un seudónimo) llegó a Darrowby, en los valles de York, en 1937. Tenía 24 años y era su primer trabajo como ayudante de un veterinario, Farnon, poco mayor que él.
Es un libro simpático y positivo lleno de humor (por ejemplo, el relato de las continuas contradicciones del jefe) y amor a la profesión.
Los detalles técnicos son interesantes y no llegan a abrumar. Herriot exulta de la vida en el campo, es amable y positivo ante las incomodidades y los inevitables roces de la convivencia (todos los ganaderos parecían saber más que él de animales). Con tesón y profesional, vence la hostilidad inicial y se gana a todos.
También es un libro sobre la importancia de ajustar los planes (sin renunciar a ellos definitivamente) a lo real posible hoy.
El lenguaje es llano y sencillo. Este libro, y los que le siguieron, fueron adaptados al cine en dos ocasiones y a la televisión.
El único pero es que es largo y repetitivo. La apertura de mente a la que me refería al principio tiene sus límites, y no me he sentido obligado a leer todas las docenas de historias, con la mitad ha sido suficiente. Me ha gustado y lo recomiendo, en la dosis que cada uno elija.