«¡Qué obra de arte es un hombre! ¡Qué noble en su razón! ¡Qué infinito en sus facultades! ¡Qué explícito y admirable en forma y movimiento! ¡Qué parecido a un ángel en sus actos! ¡Qué semejante a un dios en su percepción! ¡Es la belleza del mundo…!» (Hamlet)
Una de las pocas novelas que he leído este verano es esta bonita historia. August es un niño 10 años con la cara deformada que va por primera vez al colegio. Vive en Nueva York, muy querido y protegido por sus padres y hermana y ahora se enfrenta al paso importante de la salida en serio al mundo exterior.
Una historia con estas características corre el peligro constante de caer en el melodrama pero Palacio lo evita de una manera sobresaliente.
August no es indiferente a su aspecto, como no lo son los demás, pero se siente querido por quien es y rápidamente nos conquista. Hay muchos temas en el libro, como el asunto de la importancia del aspecto (y su incidencia en la seguridad en uno mismo), el valor de las dificultades y de saber afrontarlas cuando hay cosas importantes en juego, la importancia de la familia y de la amistad (también con sus pruebas y desengaños), o la verdadera naturaleza de la vocación docente.
La novela desliza sin moralina ideas interesantes, como que los actos están por encima de las palabras y mucho más del aspecto; o sobre nuestra actitud ante lo que podemos elegir y lo que no. El profesor Browne propone cada mes una enseñanza a los alumnos y han de escribir una redacción sobre ella. Son cosas del tipo: «Cuando puedas elegir entre tener razón o ser amable, elige ser amable» Dr. Wayne W. Dye. O «Tus actos son tus monumentos», Inscripción en una tumba egipcia. August va madurando a lo largo de todo el curso y se plantea a fondo por qué quiere que se le conozca.
“Todos deberíamos recibir una ovación al menos una vez en la vida, porque todos vencemos al mundo”. El final es emocionante y a la altura del resto de la novela.
Un comentario en “La lección de August. De R. J. Palacio”