En el prólogo de estos recuerdos habla Pemán del almuerzo como institución social: produce la benevolencia, estimula el deseo de complacer y de decir que sí a todo: «un ministro en el almuerzo es la mitad de ministro que en el desayuno».
Como anuncia el título, estas comidas son con gente que contaba en esa España: intelectuales, aristócratas, políticos, militares o jerarquía católica.
Pemán se las arregla para no dejar mal a nadie, lo que no significa que esté de acuerdo con todo ni con todos. Se le ve habilidad para disentir con gracia y sostener inteligentes equilibrios en una época no caracterizada precisamente por la libertad de opinión. Tiene ojo fino para el detalle y puntería para elegir la anécdota. El libro en conjunto, unido a todo lo que se cuenta en Confesión general, es un buen resumen de ambientes y opiniones. Sabe decir de un brochazo lo esencial de un carácter o del status questionis de asuntos embrollados.
A mi se me hacen muy lejanos la mayoría de los temas y personajes, pero he aprendido muchas cosas que no conocía y he admirado el arte del autor de zafarse por la tangente. El trató a gente que para mi son un Diccionario (Julio Casares), o un famoso Instituto de Madrid (Ramiro de Maeztu).
Este es el tipo de gente que aparece:
– Miguel Primo de Rivera. Nada señorito y nada amigo de vino y cante, como le cuelgan los tópicos. Odiaba las palabras “partido” y “política”. Absolutamente un dictador.
– Azorín. Lacónico. Por encima del bien y del mal. Gregorio Marañón decía de él: conserva toda la vida que no ha gastado en vivir.
– Eugenio D’Ors. Sócrates de gracia mediterránea. Estilo romanizado, hirsuto, con voluntad minoritaria: si algo está dicho muy claro, “oscurezcámoslo”.
– Ortega y Gasset. Germanismo, vitalismo. Prestigiosísimo. Sus ideas llegaban a la calle. Su charla siempre literaria y cuidada. Elegancia europea.
– José Aº Primo de Rivera. Jurista, poeta, aristócrata. Ni izquierdas ni derechas. Hombre portador de valores eternos, nación como tarea en lo universal.
– El cardenal Segura. Choque de trenes con Queipo de Llano (arrebatada simpatía, sin pelos en la lengua. Republicano).
Pemán era comprensivo y de talante abierto. Se llevaba bien con todos. Y como todos estaban tan empeñados en que no hablaran sus oponentes, terminaban pidiéndole que interviniera él en cualquier reunión. Suave, civilizado, culto y lleno de gracia andaluza.
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