Martínez Sarrión es un escritor largo y polifacético. Poeta, traductor, diarista y ensayista, lo toca todo menos la narración. Lleva tres volúmenes de diarios de los que Cargar la suerte es el primero, que selecciona sus anotaciones entre 1968 y 1992.
Todo es pensamiento fecundado por lecturas, noticias y personajes. Su mundo son los libros y sus preocupaciones las ideas y la política. No es hombre de acción sino pensador. También hay un tiempo para la música.
El plumero se le ve desde la página uno. Todos los azotes son para Estados Unidos, la tiranía del mercado, los trepas, los vanidosos y cuantos genuflexos lameculos en el mundo han sido. Sus lealtades declaradas igualmente claras: algunos escritores españoles de la generación de los 50 (especialmente Sánchez Ferlosio) y Borges. “Tropezones” declarados en su camino de Damasco (metáfora un tanto forzada en un universo donde Dios no aparece por ningún lado): orientalismo, existencialismo, marxismo, surrealismo y espíritu libertario.
Como pasa siempre con este tipo de obras, es irresumible: Mike Jagger, la Guerra del Golfo, qué es España, que si la poesía debe ser clara u oscura, el comentario de una noticia del periódico, procacidades sexuales (pocas pero sonoras, estridentes), artistas (obra sí, tratarlos no), mucho libro de ensayo y de filosofía, Freud, la culpa, el cine, Valle-Inclán por aquí y por allá, la muerte, etc, etc, etc.
Al principio su prosa me pareció algo pomposa y solemne (“Mucho me atribularía dejar de…”), llena de párrafos que reclaman segunda lectura, luego se le coge el aire y dice muy bien lo que quiere decir, con el toque justo de indignación y superioridad que se perdona siempre en una persona inteligente. Su castellano me ha parecido estupendo y variadísimo.
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