Egos revueltos

Juan Cruz, pieza clave de PRISA (El País, Alfagüara) cuenta su relación directa con escritores, como periodista, editor y, sobre todo, amigo. Son unas memorias centradas en escritores fallecidos. No habla de sus obras sino más bien de su relación con ellos, desvelando anécdotas y aclarando malentendidos. Es un narración amable, sin revelaciones escandalosas y respetuosa con todo el mundo. Cruz ha sido testigo privilegiado del ascenso de casi todos los grandes escritores hispanoamericanos del S. XX.

Me ha resultado muy agradable de leer. Ha sido muchos años acompañante, sombra, confidente, conseguidor y amigo de muchos escritores, respetuoso de sus egos, especialmente activos en los artistas.

Juan Cruz está pirado por la literatura y demuestra una gran capacidad de amistad. Y naturalmente escribe bien, con un modo algo alambicado de llegar a las cosas y enlazarlas, a veces rebuscado en el estilo pero siempre expresivo.

Estas memorias apuntan a una continuación, los vivos. Ahí tendrá que hacer más equilibrios aún. Ya saben, los egos.

El cebo

Es estupendo leer una buena trama con cosas que no has leído nunca, originales. Esto ocurre en El cebo.

El cubano Somoza (1959) ha publicado once novelas, con esta, desde 1996 y ha tocado todos los palos: erotismo, historia, policiaca, ciencia-ficción, fantasía, horror, y se ha labrado un lugar entre los escritores innovadores de suspense y misterio de cierta calidad e inteligencia.

El cebo es un thriller de persecución clásico donde la estrella es el perseguidor, para el que Somoza elabora una original e interesante teoría psicológica. El “psinoma” es el código matemático de nuestro deseo. Hay cincuenta tipos fundamentales o “filias” y cada persona tiene una. Un “cebo” teatraliza una determinada “máscara” (conjunto de gestos y palabras) ante la que un sujeto no puede dejar de reaccionar, lo “engancha” y lo somete a su voluntad. Esto se descubrió hace siglos, Shakespeare en concreto describe todas las tipologías fílicas en sus obras, y en la actualidad es una ciencia psicológica ultrasecreta en manos de la policía que entrena a cebos expertos en conducta para capturar a criminales. A primera vista puede pensarse en un intento reduccionista de coronar al placer como motor único del obrar, pero la idea es más compleja y tiene cierta consistencia, y, en todo caso, consistencia narrativa. Es el fin de las armas, los detectives y los forenses, y la hora de los “perfiladores” y de las máscaras manipuladoras de deseos.

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El asedio

Desde el 92, con La reina del sur, Pérez-Reverte se ha vuelto aburrido. Esta crisis se consolida. Se ha zambullido en la novela histórica ladrillo, llena de datos y tecnicismos (Trafalgar, Un día de cólera, El asedio) y se ha olvidado de lo que mejor sabe hacer, contar buenas historias entretenidas. Salvo los dos últimos Alatristes, que están bien, (de El pintor de batallas mejor ni hablamos), sus últimas ficciones históricas son pesadísimas.

Esta última del asedio es el remate: cientos de líneas sobre balística y artillería, comercio, barcos, fauna y flora, taxidermia, tipos de trajes, calles de Cádiz. Un tostón. Pérez-Reverte es un profesional y no da una puntada sin hilo, pero no buscamos eso en sus novelas, al menos yo. La historia de amor no es tan de amor, ni la policiaca tampoco (la explicación pseudo-científica de los vórtices es estrafalaria y soporífera). La de espías un poco mejor. Y todo muy largo, larguísimo. Hay dispersión, falta un verdadero personaje central.

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