El relato según O’Connor

Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona que comparte con nosotros una condición humana general y que se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana.

Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.

Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno.

Flannery O’Connor (1925-1964)
[fuente: LibrosEnRed]

Andrew Miller

Me pregunta Raquel por Andrew Miller, y traigo aquí el comentario que hice a un discreto libro suyo de hace un par de años, lo único que le he leído.

Clem Glass es un fótografo de guerra de los buenos. Tantos escenarios como ha visitado le han procurado fama y premios. Cree que ya lo ha visto todo cuando en 1994 asiste en Ruanda a una matanza en una iglesia. Se creía inmunizado ante cualquier cosa cuando se encuentra de golpe asomado a otra dimensión de la maldad humana, de un grado de crueldad inaudita. Se desmorona. Pierde la poca confianza que tenía ya en los demás y, lo peor, la pierde en sí mismo: todos somos iguales, todos culpables.

Que el hombre se cuestione el sentido del mal no es algo que haya inventado precisamente Miller (Bristol, Inglaterra, 1960) en esta novela, la cuarta que escribe. La experiencia divide la vida de su periodista en dos. Deja su trabajo, intenta retomar sus débiles relaciones familiares, huye de todo problema humano que se le cruza, ensaya con la bebida y el placer fácil. Nada lo consuela en su deriva. Miller apunta que nada se consigue dejándose ir y pone a su personaje en una pista buena: lo hace pensar en los demás. Ayuda a su hermana a salir de un bache depresivo. Más tarde, una circunstancia le pone en la presencia del genocida africano y le dará la oportunidad de saber si la venganza le devolverá la paz que necesita.

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Conversión de Muggeridge

Me gustan los libros que relatan conversiones a la fe. Creo que este proceso es una de las aventuras más apasionantes que es dado vivir a los hombres en esta tierra. Siempre veo que cuando la comunión total con la fe cristiana católica no es un punto de partida sino la consecuencia de un itinerario espiritual esforzado, el encuentro con la verdad suele ser explosivo y gozoso y de unas consecuencias vitales impresionantes.

He leído con mucho interés el breve relato que hace de esto Malcolm Muggeridge, un periodista y escritor inglés que murió con 87 años en 1990 y fue recibido en la Iglesia Católica ocho años antes. Fue toda su vida un buscador del sentido de la vida. Se equivocó muchas veces y se arrepiente de cosas que hizo, lo dice en numerosas ocasiones. Frecuentó a grandes escritores (San Agustín, Pascal, Donne) e incluso a Santos (Madre Teresa) y al final se dejó seducir por Cristo y ya no hubo más dudas. Estas breves memorias están escritas con gusto y profundidad y pienso que con sinceridad y valentía.

El libro se llama Conversión, un viaje espiritual (1991) y está editado en España por Rialp.