¡Por fin una ración de McEwan! El Premio Nobel de física bendijo la vida de Michael Bearn y a la vez fue su maldición. Se durmió en los laureles hasta que un par de décadas después recupera algo de emoción: la posibilidad de aportar al mundo la solución a los problemas del calentamiento global y del agotamiento de las fuentes de energía. Por desgracia, su proyecto de fotosíntesis artificial a gran escala deberá superar un campo minado de intereses económicos, robo de patentes y su propia falta de confianza en que el problema que se intenta solventar exista siquiera.
A esta sátira científica, académica, política y social, McEwan añade una contundente revisión de las bases de la relación amorosa, tema frecuentado con idéntico despiste en sus novelas anteriores. Entre esas bases el matrimonio y el compromiso no juegan un papel decisivo. Cinco veces lo ha estado Bearn y le conocemos cuando está a punto de romper el quinto. Básicamente sólo necesita el placer y un poco de afecto y casarse sólo es para él un accidente en algunas de sus relaciones, en realidad un porcentaje mínimo de sus amoríos. Ninguna de estas dos líneas de comedia negra son redondas ni convincentes. La clave político-social de Los perros negros es más profunda y el análisis de relaciones humanas más intenso en Expiación o en Sábado, por citar sus mejores novelas hasta ahora.

