Bonita novela.
Cada historia de amor es única, como lo es cada persona, y por eso no nos cansamos de leer novelas como esta, donde lo de siempre es a la vez completamente nuevo. La rosa candida es una flor de ocho pétalos y tallo sin espinas y es la aportación, en forma de esqueje, que el joven Arnljótur lleva consigo cuando se traslada para ocuparse de la reconstrucción de la rosaleda de un antiguo monasterio. Atrás deja a su padre casi octogenario, a su hermano gemelo autista, a su madre fallecida aunque muy presente, y a una hija de meses fruto de una fugaz e irrepetida relación con Anna. Una circunstancia fortuita hará que Arnjóltur, Anna y la niña pasen juntos un mes y descubrirán que forma quieren dar a su relación, inicialmente de dos desconocidos que compartieron un momento de pasión. Anna y Arnjóltur han empezado las cosas por el final, pero las circunstancias les ponen en disposición de compartir algo más que una paternidad biológica.
El material de la narración es absolutamente normal y doméstico. Pequeños detalles, ordinarios sucesos y diálogos familiares van enmarcando un universo de emociones (la filiación, la paternidad, el amor, la amistad) e inquietudes (la muerte, el peso de la corporalidad, la posibilidad de conocer al otro) en el que Arnjóltur va cociéndose en su camino hacia la madurez. Uno de los monjes del monasterio se convertirá en amigo y consejero y el joven evolucionará desde una visión trivializadora de las relaciones íntimas hacia una concepción más humana, coherente con el amor y la paternidad.
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