Olafsdottir o la dificultad de repetir éxito

Rosa cándida fue una refrescante sorpresa del 2011, a pesar de no contener ningún elemento especialmente original. Olafsdottir gustó a todo el mundo con esa encantadora y delicada historia de amor. Por eso se la esperaba, y por eso el trabajo que nos llega ahora es insuficiente, sin altura. No es malo, pero sí claramente inferior.

Una mujer recién divorciada emprende un viaje por Islandia acompañada del hijo pequeño de una amiga. Una vidente le anuncia amores (tres) y que uno de ellos será definitivo. Ella está empeñada en eludir el rol de la maternidad. Ni los personajes, ni la historia, ni el tono ni el mensaje están al nivel de los de Rosa candida. La mujer es una isla no es positiva, es vulgar, es lo de siempre, y ni siquiera entretiene.

Decepción.

2011: la selección de Aceprensa

En Aceprensa se han reseñado este año 2011 unos 150 libros de literatura. De esos, se destaca ahora un tercio (unos 40).

He leído muy pocos de esos 40 y me he anotado ahora (con interés moderado) cuatro:

José Julio Perlado, Mi abuelo, el Premio Nobel
Jane Gardam, El viejo juez
Sarah Shun-lien Bynum, Las crónicas de la señorita Hempel
Iraj Pezeshkzad, Mi tío Napoleón

De los que he reseñado yo (cuyo interés es igualmente moderado), han entrado estos tres en la selección:

Santiago Posteguillo, Los asesinos del emperador
Auður Ava Ólafsdóttir, Rosa candida
George V. Higgins, Los amigos de Eddie Coyle

Rosa candida

Bonita novela.

Cada historia de amor es única, como lo es cada persona, y por eso no nos cansamos de leer novelas como esta, donde lo de siempre es a la vez completamente nuevo. La rosa candida es una flor de ocho pétalos y tallo sin espinas y es la aportación, en forma de esqueje, que el joven Arnljótur lleva consigo cuando se traslada para ocuparse de la reconstrucción de la rosaleda de un antiguo monasterio. Atrás deja a su padre casi octogenario, a su hermano gemelo autista, a su madre fallecida aunque muy presente, y a una hija de meses fruto de una fugaz e irrepetida relación con Anna. Una circunstancia fortuita hará que Arnjóltur, Anna y la niña pasen juntos un mes y descubrirán que forma quieren dar a su relación, inicialmente de dos desconocidos que compartieron un momento de pasión. Anna y Arnjóltur han empezado las cosas por el final, pero las circunstancias les ponen en disposición de compartir algo más que una paternidad biológica.

El material de la narración es absolutamente normal y doméstico. Pequeños detalles, ordinarios sucesos y diálogos familiares van enmarcando un universo de emociones (la filiación, la paternidad, el amor, la amistad) e inquietudes (la muerte, el peso de la corporalidad, la posibilidad de conocer al otro) en el que Arnjóltur va cociéndose en su camino hacia la madurez. Uno de los monjes del monasterio se convertirá en amigo y consejero y el joven evolucionará desde una visión trivializadora de las relaciones íntimas hacia una concepción más humana, coherente con el amor y la paternidad.

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