Un editor

Como requisitos básicos que se dan por sentados en un editor se me ocurren cosas como, por ejemplo: un nivel cultural más allá del que proporcionan las escuelas superiores, un buen conocimiento de la literatura universal, no sólo de la literatura del propio país, un criterio particular y bien fundamentado sobre los valores intelectuales y poéticos, unido a la capacidad de distinguir entre lo auténtico y lo que carece de autenticidad, lo original y la imitación, así como cierto olfato y sensibilidad para captar las tendencias esenciales y progresivas de su tiempo.

Imprescindibles son también la capacidad de expresarse por escrito con claridad, y no sólo por carta; de encontrar la forma adecuada en que representar al autor y su libro a la crítica, al lector, a los libreros.

Kurt Wolff
Autores, libros, aventuras

Editar a Kafka


Kurt Wolff (1887-1963) fue un editor alemán de referencia en la primera mitad del siglo pasado. Se encargó de la obra de Heinrich Mann, Robert Walser, Franz Werfel y Georg Trakl, entre otros.

No escribió propiamente unas memorias, pero sí algunos textos en los que reflexionaba sobre su oficio. Autores, libros, aventuras (2004) es una miscelanea que incluye el contenido de tres conferencias radiofónicas, las impresiones de Wolff sobre tres de sus autores (Carl Sternheim, Franz Kafka y Karl Kraus), una selección de anotaciones en sus diarios cartas, notas y conferencias y, por último, su correspondencia con Kafka.

“Uno edita o bien los libros que considera que la gente debería leer, o bien los libros que piensa que la gente quiere leer. Los de la segunda categoría no cuentan”.

Esta frase resume el tipo de relación de Wolff con su tabajo. El libro es estupendo, aunque algunos de los autores de los que se habla son poco conocidos en el ámbito del castellano (al menos en España).

Egos revueltos

Juan Cruz, pieza clave de PRISA (El País, Alfagüara) cuenta su relación directa con escritores, como periodista, editor y, sobre todo, amigo. Son unas memorias centradas en escritores fallecidos. No habla de sus obras sino más bien de su relación con ellos, desvelando anécdotas y aclarando malentendidos. Es un narración amable, sin revelaciones escandalosas y respetuosa con todo el mundo. Cruz ha sido testigo privilegiado del ascenso de casi todos los grandes escritores hispanoamericanos del S. XX.

Me ha resultado muy agradable de leer. Ha sido muchos años acompañante, sombra, confidente, conseguidor y amigo de muchos escritores, respetuoso de sus egos, especialmente activos en los artistas.

Juan Cruz está pirado por la literatura y demuestra una gran capacidad de amistad. Y naturalmente escribe bien, con un modo algo alambicado de llegar a las cosas y enlazarlas, a veces rebuscado en el estilo pero siempre expresivo.

Estas memorias apuntan a una continuación, los vivos. Ahí tendrá que hacer más equilibrios aún. Ya saben, los egos.