Iriarte. Fábulas.


Hace poco, en un libro de memorias de Julián Herránz, si no me equivoco, me encontré citada una fábula de Iriarte que me hizo gracia y anoté mentalmente una nueva posible lectura. Estaba en la biblioteca pública, editada por cátedra. Todas las piezas sobre asunto literario.

Por desgracia, pocas más, además de esa de La ardilla y el caballo, me han gustado. Iriarte quería además hacer un muestrario de modos de versificación (hasta 40) y algunos resultados, algo forzados, resultan infantiles y hasta ridículos.

Casi todas las moralejas (versos finales) son certeras e inatacables pero casi todas son opiniones comunes que pueden ocurrírseles a cualquiera. Los calificativos de ilustrado, polemista, satírico y didáctico me los he de creer, pero esta obra es de ingenio corrientito y no la recomiendo especialmente.

Les dejo la fábula contra el activismo insustancial:

Mirando estaba una ardilla
a un generoso alazán,
que, dócil a espuela y rienda,
se adiestraba en galopar.
Viéndole hacer movimientos
tan veloces y a compás,
de aquesta suerte le dijo
con muy poca cortedad:

«Señor mío: de ese brío,
ligereza y destreza
no me espanto, que otro tanto
suele hacer, y acaso más.
Yo soy viva, soy activa;
me meneo, me paseo;
yo trabajo, subo y bajo,
no me estoy quieta jamás.»

El paso detiene entonces
el buen potro, y muy formal,
en los términos siguientes
respuesta a la ardilla da:

«Tantas idas y venidas,
tantas vueltas y revueltas,
quiero amiga, que me diga:
¿Son de alguna utilidad?
Yo me afano, más no en vano:
sé mi oficio, y en servicio
de mi dueño tengo empeño
de lucir mi habilidad.»

Conque algunos escritores
ardillas también serán,
si en obras frívolas gastan
todo el calor natural.

Cioran

Leo el primer capítulo de El inconveniente de haber nacido, de Cioran, y lo devuelvo a la Biblioteca. Compruebo que el estilo es vigoroso y que cada aforismo contiene alguna idea, pero no veo que esta lectura vaya a aportarme gran cosa. No extraigo conclusiones con tan pocas páginas e intento no etiquetarlo de existencialista cenizo, pero me va a costar retomarlo en alguna otra ocasión.

De todos modos, como decía alguien, siempre se saca algo:

…sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho a de un moribundo.
**********
Lo que sé a los sesenta años ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo y superfluo trabajo de comprobación.
**********
…podría prescindir de todo salvo del tónico de la injusticia.

Janne Teller

Janne Teller (Dinamarca, 1963) quiso escribir una novela para adolescentes y se metió en la cabeza de Pierre Anthon, un joven de catorce años que cree que nada tiene sentido. Si después no hay nada, concluye, todo es fingimiento, apariencias y convenciones, ¿para qué preocuparse u ocuparse de cualquier cosa entonces? Sus desmoralizados compañeros de curso deciden demostrarle que se equivoca y durante meses reúnen lo que denominan «un montón de significado»: cada uno pide a otro que entregue lo que considera que le importa más, en una escalada de apuestas cada vez más altas. Como en El señor de las moscas, la cosa termina en tragedia.

Agnes narra todo sucedido ocho años después y recuerda cómo estuvieron dispuestos a poner precio a cosas que representaban valores esenciales como la propia dignidad, la patria, la inocencia o la fe. Cada joven se ve enfrentado a valorar sus intereses (el apego a la propiedad, el respeto a la muerte, la virginidad o el precio de una vida) en un drama moral con terribles consecuencias. Una imagen sagrada, de un modo aparentemente casual, es tratada de una forma particularmente irreverente.

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