La lectura de Emma, de Jane Austen, me produce impresiones encontradas.
Lo primero, más fuerte y más sincero es que se me ha hecho pesado. Si eso ya falla en un libro, todo lo que busques después queda desacreditado.
Pesado por el tema. Gente rica y ociosa cuyas principales preocupaciones y temas de conversación son si el cutis de ella es más o menos blanco, si la posibilidad de resfriarse en un paseo es mucha, poca o alguna, si hacemos o no ese baile y, en caso positivo, si en un salón o en dos. Esto es inaguantable durante quinientas páginas.
Pesado por el estilo. Casi todos hablan de un modo pomposo, engolado, artificioso y cursi, a veces construyendo frases que hay que leer dos veces para entenderlas.
Dicho esto, está el hecho de que lo he terminado, y esto es porque me caían bien Emma y sobre todo, el señor Knightley, y quería saber como quedarían finalmente emparejados. Emma es una metomentodo simpática y bienintencionada y él otro es casi la única persona «normal» de la novela.